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La semana pasada, España fue testigo de una noticia estremecedora que tendrá repercusiones en toda Europa. La agencia militar ucraniana informó de que Maksim Kuzminov, el piloto de helicóptero ruso que había desertado a Ucrania el año pasado en una operación secreta, había sido asesinado en su casa de la costa mediterránea española, en la provincia de Alicante, por pistoleros no identificados que le dispararon 12 tiros. Su coche fue encontrado completamente quemado en un pueblo cercano.
Quienes hayan seguido de cerca la guerra en Ucrania recordarán que, a mediados de agosto de 2023, un piloto ruso desertó de Rusia a Ucrania con su helicóptero Mi-8 AMTSh, como parte de una elaborada operación de seis meses orquestada por la agencia de inteligencia ucraniana GUR. Tras su comparecencia en una rueda de prensa de alto nivel en Kiev en septiembre y después de que, al parecer, se planteara alistarse en las fuerzas aéreas ucranianas, parece que ha cambiado de opinión y ha decidido trasladarse a España para llevar una vida tranquila y apacible.
Poco se sabe de este trágico suceso y, de hecho, el Gobierno español se ha andado con pies de plomo hasta ahora. La portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, afirmó que «hay que dejar que la Guardia Civil haga su trabajo y que la investigación avance». No obstante, es natural que se señale al Kremlin, y fuentes diplomáticas subrayan que se trata de un asunto «muy grave» que dará lugar a una «respuesta contundente» si se confirma la implicación del Kremlin.
De hecho, este asesinato coincide con la trágica muerte del líder de la oposición rusa Alexei Navalny, encarcelado en una prisión de Siberia, mientras Putin intenta sofocar toda resistencia a su control autoritario antes de las falsas elecciones presidenciales de marzo de 2024 en la Federación Rusa, en las que Vladimir Putin aspira a un quinto mandato como presidente de la Federación Rusa.
Además, es bien sabido que el Kremlin ha extendido sus tentáculos venenosos por Europa en el pasado, y que los servicios secretos rusos tienen un largo e infame historial de asesinatos en suelo europeo. No hace tanto, en 2018, el Kremlin golpeó en la histórica ciudad de Sailsbury, en Reino Unido, cuando dos agentes de la inteligencia militar GRU intentaron asesinar al agente doble ruso Sergei Skripal y a su hija. Una década antes, en 2006, el mundo entero contempló horrorizado cómo el desertor ruso Alexander Litvinenko moría lenta y dolorosamente en un hospital de Londres tras haber sido envenenado con polonio por el FSB (sucesor del infame KGB).
Este asesinato, que coincide con la muerte del heroico líder de la oposición rusa Navalny, es un oportuno recordatorio de lo que representa el régimen del Kremlin y de lo que está en juego para Europa en la guerra de Ucrania. Para quienes defienden el abandono de Ucrania a lo que casi con toda seguridad sería una derrota en el campo de batalla, los acontecimientos de esta semana deberían ser una llamada de atención sobre por qué Rusia debe ser derrotada en Ucrania. No se trata sólo de una guerra territorial relativa a Ucrania, sino de una lucha ideológica entre dos modelos. El modelo europeo de Estados-nación, libertad, democracia y familia, o el modelo ruso de imperialismo y autoritarismo, que en distintos momentos de la historia ha utilizado un velo diferente para justificar su imperialismo. Durante la Guerra Fría fue la ideología comunista, mientras que ahora Rusia se presenta como defensora del Sur Global «oprimido», supuestamente víctima del «neocolonialismo» occidental. También vale la pena señalar que Rusia, a pesar de predicar «valores familiares», es un régimen que destruye familias y envía a miles de padres como carne de cañón a Ucrania sólo para cumplir la fantasía distorsionada de Putin sobre la historia y sus delirios geopolíticos.
Para concluir, Europa debe permanecer vigilante ante la amenaza que supone Rusia, Europa debe reforzar el flanco oriental y es esencial seguir apoyando a Ucrania hasta que Rusia sea derrotada en el campo de batalla.