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Crisis de contratación de profesores en Irlanda y la UE

Cultura - marzo 30, 2025

Cuando Irlanda se incorporó formalmente a la Comunidad Económica Europea en 1973, la lengua irlandesa (gaeilge) se aplicó únicamente a las traducciones de los Tratados existentes, así como a los futuros Tratados que surgieran más adelante. En aquel momento, Irlanda no solicitó el pleno reconocimiento del irlandés como lengua oficial o de trabajo en las instituciones comunitarias, lo que reflejaba tanto las prioridades políticas de la época como el estatus marginal del irlandés en la administración estatal.

Pasarían otras tres décadas antes de que Irlanda, bajo un gobierno dirigido por Fianna Fáil y encabezado por el Taoiseach Bertie Ahern, solicitara oficialmente que el gaélico fuera reconocido como lengua oficial y de trabajo de las instituciones de la Unión Europea (UE). Este cambio no fue repentino, sino que surgió de un creciente movimiento de renacimiento cultural a finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, que pretendía replantear la lengua irlandesa no como un símbolo de nostalgia rural, sino como una expresión legítima de la identidad irlandesa moderna.

Este cambio de política se produjo tras la intensa presión ejercida por destacadas organizaciones de lengua irlandesa, como Conradh na Gaeilge, cuyas campañas de defensa se hicieron cada vez más sofisticadas y de alcance internacional. El movimiento cobró un impulso decisivo con la movilización de grandes concentraciones públicas en 2004, a las que asistieron decenas de miles de participantes bajo la bandera de STÁDAS, una coalición formada por organizaciones de lengua irlandesa, educadores, estudiantes y profesionales del derecho. Su principal reivindicación era clara: la plena igualdad lingüística del irlandés en la maquinaria jurídica y política de la UE.

Estos esfuerzos culminaron en 2005 con la petición formal del gobierno de que se reconociera el irlandés como lengua oficial y de trabajo. La solicitud se planteó no sólo como un gesto simbólico, sino como un paso necesario para reforzar la soberanía lingüística y cultural de Irlanda dentro de una UE en expansión.

El Consejo Europeo acordó conceder dicho estatus mediante la aplicación, a partir del 1 de enero de 2007, del Reglamento (CE) nº 920/2005. Este fue un momento histórico para los defensores de la lengua irlandesa. Sin embargo, el Reglamento del Consejo también preveía un periodo de transición, señalando que, aunque era conveniente responder positivamente a la petición del Gobierno irlandés, por razones prácticas, las instituciones de la Unión Europea no debían quedar vinculadas inmediatamente por la obligación de redactar y traducir todos los actos -incluidas las sentencias del Tribunal de Justicia- a la lengua irlandesa.

Esta denominada excepción debía aplicarse durante un periodo de cinco años, hasta 2012, durante el cual estaba prevista una revisión formal en 2010. Pretendía ser un compromiso pragmático, que equilibrara las ambiciones del gobierno irlandés con las realidades operativas de la burocracia multilingüe de la UE.

En respuesta, el gobierno irlandés se comprometió a crear las condiciones necesarias para formar a un número suficiente de licenciados cualificados para satisfacer las necesidades de contratación de la UE. Esto iba a ser una piedra angular de la Estrategia estatal a 20 años para la lengua irlandesa 2010-2030, que pretendía integrar la planificación lingüística en ámbitos centrales de la política nacional.

Para alcanzar estos objetivos, el Estado amplió la financiación de la educación lingüística y la formación de intérpretes, sobre todo a través de instituciones como la Universidad Nacional de Irlanda. Se apoyaron programas de posgrado especializados para formar una nueva generación de traductores jurídicos y técnicos que dominaran tanto el irlandés como la lengua institucional de la UE. En 2008, esta inversión había producido unos 15 traductores para las instituciones de la UE, un comienzo modesto pero muy por debajo de lo que se necesitaba.

A pesar de estos esfuerzos, pronto quedó claro que Irlanda se estaba quedando rezagada en la contratación de suficientes intérpretes de habla irlandesa, muy por debajo de los más de 100 profesionales necesarios para mantener la plena paridad lingüística. La brecha era especialmente marcada si se comparaba con lenguas de la UE mejor establecidas, con bases de hablantes más amplias y tradiciones institucionales más profundas.

Como resultado, en 2011, la Comisión Europea -tras evaluar los progresos realizados- recomendó una prórroga de la excepción hasta el 31 de diciembre de 2015. Aunque decepcionante para los activistas, la prórroga permitió seguir ampliando las iniciativas de formación y contratación.

En 2015 se habían logrado algunos avances. Unos 60 traductores e intérpretes irlandeses estaban ahora disponibles para trabajar en los debates y la documentación del Parlamento Europeo. Animado por ello, el Gobierno irlandés solicitó formalmente que el Consejo de la UE considerara la posibilidad de reducir el alcance de la excepción, con vistas a eliminarla por completo el 1 de enero de 2022.

Aunque se trataba de un enfoque gradual, fue muy bien acogido por los defensores de la lengua irlandesa. El entonces presidente de Conradh na Gaeilge, Cóilín Ó Cearbhaill, elogió la medida, señalando que reflejaba la antigua petición de su organización de un plan gradual para poner fin a la excepción y que subrayaba el renovado compromiso de Irlanda de garantizar el irlandés como lengua de trabajo de pleno derecho a nivel europeo.

Lamentablemente, cuando llegó la fecha límite de diciembre de 2015, el Consejo de la UE llegó a la conclusión de que las instituciones aún no estaban en condiciones de poner fin a la excepción. Esto significaba que las disposiciones transitorias debían prorrogarse de nuevo, esta vez hasta el 1 de enero de 2022. Aun así, el tono de las discusiones había cambiado: ahora había una expectativa más clara de que la excepción terminaría finalmente.

Hubo algunos signos esperanzadores. En 2016, el gobierno irlandés anunció que se formaría a más de 700 personas para traducir al irlandés documentos no oficiales de la UE antes de 2022. Los medios de comunicación irlandeses informaron entonces de que con este esfuerzo se traducirían miles de páginas al año y se crearían unos 180 puestos de trabajo a jornada completa, con salarios que a menudo superaban los 100.000 euros anuales.

Este último punto se convertiría en un foco de críticas. Algunos consideraron que todo el proceso era un ejercicio de elitismo lingüístico. En 2022, los medios de comunicación volvieron a acusar a los lingüistas irlandeses que trabajaban para las instituciones de la UE de cobrar salarios de 50.000-70.000 euros o más -financiados, al menos en parte, por los contribuyentes irlandeses-, mientras que las comunidades de las zonas de Gaeltacht, donde el irlandés sigue hablándose como lengua materna, seguían sufriendo una falta crónica de inversión y marginación económica. La renta media en algunas de estas regiones seguía siendo inferior a 30.000 euros.

Estas críticas suelen ser expresadas por hablantes y escritores irlandeses ajenos a las instituciones de la UE, muchos de los cuales se preguntan si la atención prestada a nivel de la UE al estatus y el prestigio ha ido en detrimento del apoyo práctico al irlandés como lengua viva y comunitaria.

De hecho, Irlanda destaca por la persistencia de una crítica cultural que considera a los hablantes de irlandés no como una minoría marginada, sino como una élite que se considera a sí misma, que disfruta del patrocinio del Estado al tiempo que se reivindica como víctima. Como decía un mordaz artículo del Irish Times en 2018, el «lobby de la lengua irlandesa» se había vuelto «demasiado poderoso para ignorarlo, pero demasiado incoherente para reformarlo».

Surgieron críticas adicionales por parte de personalidades políticas y defensores de la lengua irlandesa, que pusieron de manifiesto su preocupación por la relación calidad-precio. Se calculó que conseguir el pleno estatus de lengua de trabajo había costado al Estado irlandés más de 20 millones de euros desde que se inició el proceso en 2005. Algunos críticos argumentaron que esta financiación se habría empleado mejor en apoyar la Gaelscoileanna (escuelas primarias de enseñanza media irlandesa), o en mejorar el acceso a los servicios en lengua irlandesa en la sanidad y la protección social.

Quienes se oponían a ese argumento sostenían que ambos objetivos podían y debían perseguirse en paralelo: reforzar el uso del irlandés a nivel de la UE, al tiempo que se invertía en la supervivencia y expansión del irlandés en la vida cotidiana. Para ellos, la campaña de la UE no era una distracción, sino una fuente de orgullo nacional que podía elevar el perfil de la lengua a nivel internacional e inspirar un renovado interés en casa.

Lo que es indiscutible es que la estrategia de integrar el irlandés en el funcionamiento de la UE nunca se retiró, a pesar de los contratiempos y las críticas. Un informe de 2022 de la Comisión al Consejo de la UE confirmó que las instituciones de la UE habían aumentado constantemente el volumen de contenidos en irlandés y estaban gestionando con éxito la reducción gradual de la excepción.

El mismo informe destacaba que, desde 2016, el volumen de documentos de la UE traducidos al irlandés se había triplicado. El aumento más sustancial se produjo en la fase 2021, que, aunque se limitó a la Comisión, supuso un incremento del 70% en la traducción de legislación al irlandés. Esto marcó un importante hito administrativo y simbólico.

Esfuerzos como estos aseguraron finalmente el ansiado objetivo de que el irlandés fuera reconocido formalmente como lengua de trabajo de pleno derecho de la UE el 1 de enero de 2022. Este logro coronó casi dos décadas de esfuerzo sostenido y demostró la capacidad de una pequeña comunidad lingüística para dar forma a la política lingüística de la UE mediante la persistencia y la estrategia política.

Si tenemos en cuenta que la UE tiene otras 23 lenguas oficiales y más de 60 lenguas regionales o minoritarias, la elevación del irlandés al estatus de lengua de trabajo sigue siendo un logro notable. Es un testimonio no sólo de la resistencia de los defensores de la lengua irlandesa, sino también del uso estratégico de las instituciones nacionales y europeas para promover el patrimonio cultural.

Aunque persisten las críticas sobre el coste, la finalidad y la política de clases de la iniciativa, también existe un amplio reconocimiento de que la protección y la promoción del irlandés como lengua hablada y viva es un objetivo nacional compartido, independientemente de la postura de cada cual sobre los méritos de esta vía política concreta.