El 23 de noviembre, tras dos semanas de negociaciones y la posibilidad real de que no se llegara a un compromiso, se alcanzó un acuerdo entre las casi 200 naciones que asistieron a la cumbre de Cop29 en Azerbaiyán. El objetivo de financiación climática recién aprobado, aunque se consideró un éxito porque evitaba el fracaso de la conferencia, dejó, sin embargo, descontentos a los países del Sur. En los días previos, concretamente el 13 de noviembre, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, intervino en la cumbre con un discurso destinado a reconducir el debate al pragmatismo y orientarlo a la realidad de las economías y las necesidades de cada Estado. LOS PUNTOS DEL ACUERDO El acuerdo alcanzado, sin embargo, tiene algunos puntos bastante interesantes que merecen una reflexión específica. En particular, la financiación -obligatoria para los países ricos- de 300.000 millones de dólares anuales hasta 2035. Con estos fondos, los países en desarrollo podrán financiar la transición energética, para adaptar sus economías e industrias a las necesidades del cambio climático. Inversiones útiles, según las indicaciones de la Cop29, para deshacerse del carbón, el petróleo y el gas, avanzando cada vez más hacia el uso de energías alternativas y limpias. Por supuesto, también se necesitarán fondos para hacer frente, con el tiempo, a los daños causados por el cambio climático, como el aumento de las temperaturas que puede crear problemas para la agricultura y otras actividades humanas. Éste era, por supuesto, el objetivo más esperado de toda la Cop29, del mismo modo que fue el punto más discutido y criticado. Hay que decir que este compromiso sustituye al anterior, que aspiraba a 100.000 millones al año (acuerdo de 2009 que expira) pero, a pesar de ello, sigue representando un umbral muy inferior a los 1,3 billones solicitados en las negociaciones por los países en desarrollo. No obstante, es una cifra que podría ajustarse al alza con el paso de los años, sobre todo teniendo en cuenta la financiación privada que pueden conseguir los estados desarrollados, así como los ingresos procedentes de una posible «fiscalidad global» que actualmente sólo se está estudiando.
La cuestión de la transición para abandonar los combustibles fósiles es diferente. Algo que se deseaba firmemente en Dubai, en los textos principales de esta nueva cumbre se ha dejado de lado. Por supuesto, no faltan referencias implícitas, sobre todo cuando nos referimos al texto del año pasado, pero la larga batalla negociadora no ha permitido reforzar este concepto adoptando un texto específico al final de la Cop29 de este año. Este era el objetivo de la Unión Europea, a diferencia de lo que habían dicho muchos países -entre ellos Italia-, que expresaban la intención de obtener aquí un seguimiento continuo, al menos anual, de los esfuerzos realizados por los Estados para dejar de depender de los combustibles fósiles. Una postura muy atrevida, a veces fuera de contexto, que no fue aceptada. De hecho, la propia Von Der Leyen no mencionó la transición en sus declaraciones, subrayando en cambio cómo este acuerdo sirve para marcar una nueva era para la cooperación y la financiación climáticas. El acuerdo, comentó Von Der Leyen, «estimulará la inversión en una transición limpia, reduciendo las emisiones y reforzando la resistencia al cambio climático», y añadió que «la UE seguirá desempeñando un papel de liderazgo, centrando el apoyo en los más vulnerables». VOCES EN CONTRA Naturalmente, el tamaño del acuerdo -significativamente inferior a las peticiones realizadas anteriormente- no fue bien acogido por los Países Menos Adelantados (PMA).
El grupo, dirigido por el delegado Sunday Evans Njewa, de Malawi, tachó de hecho el documento final de Bakú de no ser lo suficientemente ambicioso, un objetivo que no se ajustaba a lo que esperaban conseguir tras años de debates y negociaciones. Una postura comprensible, si se tiene en cuenta la petición inicial de 1,3 billones al año, pero que quizá choca con la realidad de los hechos y el escenario internacional que sirvieron de telón de fondo a esta cumbre. Naturalmente, también llegaron críticas de los negociadores del Grupo Africano. Aquí se quejaron de que el acuerdo era demasiado pequeño y, sobre todo, demasiado tardío, especialmente para el continente africano. En esta coyuntura, los negociadores quisieron subrayar que seguirán dando la voz de alarma sobre la insuficiencia de la financiación. Una postura que también defiende India, con el funcionario Leela Nandan, que habla de una cantidad «abismalmente mísera». En el frente europeo, es Francia quien hace oír su voz: según el Elíseo, el acuerdo no está a la altura de los desafíos de la época. PRAGMATISMO ITALIANO En parte en contraste con estas posturas, en los últimos días la Primera Ministra italiana, Giorgia Meloni, ha intervenido en Bakú con un discurso oficial que llamaba a los delegados al pragmatismo y a la responsabilidad de los Estados ante sus ciudadanos. El discurso pronunciado por la premier italiana llamó la atención sobre las necesidades y expectativas, no sólo económicas, de los países de la Unión Europea, incluso ante una transición verde que no tiene por qué estar orientada y guiada por una ideología ciega preconcebida. El compromiso de limitar el aumento de la temperatura global a menos de 1,5°C fue el hilo conductor del razonamiento, partiendo también de los objetivos de Dubai. Entre los muchos, mencionamos sobre todo el deseo de triplicar la capacidad mundial de generación de energía renovable, y de duplicar la tasa mundial de mejora de la eficiencia energética para 2030. La intención de Meloni en su discurso era hacer un llamamiento a la cooperación de todos, especialmente de los principales emisores de gases de efecto invernadero, compartiendo responsabilidades para llegar a una síntesis y dividir las divisiones entre países desarrollados, economías emergentes y países en desarrollo. Una postura que no es mera fachada. Baste decir que Italia ya destina una gran parte de los más de 4.000 millones de euros del Fondo para el Clima al continente africano, y Meloni confirmó que quiere seguir apoyando iniciativas como el Fondo Verde para el Clima y el Fondo para Pérdidas y Daños, así como promover la participación de los bancos multilaterales de desarrollo en estas políticas y operaciones financieras. No obstante, el Primer Ministro Meloni quiso volver a poner los pies en la tierra a los participantes en la cumbre, argumentando que el proceso de descarbonización debe tener absolutamente en cuenta la sostenibilidad de los sistemas productivos y sociales de cada Estado, que también puede variar mucho según las especificidades de las realidades regionales y continentales. De este modo, Italia, como ha hecho en otras ocasiones en Europa y en la cumbre del G7, vuelve a insistir en un punto esencial, a saber, que «hay que defender la naturaleza con el hombre en el centro». En este sentido, pretender un enfoque excesivamente ideológico y nada pragmático de estas cuestiones corre el riesgo de alejar la consecución de los objetivos fijados por la comunidad internacional.
En su lugar, el tema central del debate debe volver a la neutralidad tecnológica, ya que actualmente no existe una alternativa real al uso de combustibles fósiles.
El realismo que busca el gobierno italiano reside, en primer lugar, en los datos. Baste decir que se prevé que la población de nuestro planeta alcance aproximadamente los 8.500 millones de habitantes en 2030. Con esta masa de población, el PIB mundial también se duplicará en la próxima década. Estos dos elementos por sí solos -sin tener en cuenta el escenario político, económico y de seguridad internacional en el que vivimos- conducirán a un aumento constante del uso de la energía. Si pensamos en la escalada tecnológica y digital de los últimos años y en las perspectivas de un mundo cada vez más conectado y vinculado al desarrollo de la inteligencia artificial, las necesidades energéticas de cada Estado están destinadas a crecer aún más. La propuesta italiana es, por tanto, una combinación energética al servicio de una transición realista y no ideológica. Será necesario utilizar todas las tecnologías disponibles, desde las renovables hasta el gas, pasando por los biocombustibles, el hidrógeno, la captura de CO2 y, en el futuro, la fusión nuclear. Esto último es un reto, recordó el primer ministro Meloni, e Italia está preparada y en primera línea para aportar su contribución.