Un antiguo tesoro, fruto de operaciones ilegales, había llegado a Estados Unidos y ahora, por fin, encontraba el camino de vuelta a casa, Italia.
Se trata de una colección de inestimable valor arqueológico, cuya estimación ronda los 80 millones de euros. Este precioso tesoro, compuesto por monedas, armas antiguas, estatuas de bronce y piezas de terracota, abarca un vasto periodo de tiempo que va desde el año 800 a.C. hasta el siglo IV. Sus orígenes se distribuyen por distintas regiones italianas: Campania, Calabria, Apulia, Sicilia y Lacio.
La historia de cómo este tesoro acabó en Estados Unidos es compleja y variada. Muchos de los artefactos fueron robados de tumbas y yacimientos arqueológicos mediante excavaciones ilegales. Otras obras, en cambio, acabaron en colecciones privadas, a menudo adquiridas por coleccionistas inconscientes convencidos de su procedencia legal. Estas prácticas han privado a Italia no sólo de los propios artefactos, sino también del contexto histórico y cultural que representan, perdiéndose valiosa información arqueológica.
La recuperación de este tesoro fue posible gracias a la colaboración entre las fuerzas del orden italianas y estadounidenses. Los Carabinieri para la Protección del Patrimonio Cultural desempeñaron un papel fundamental en las investigaciones, trabajando en sinergia con el Swoods (Sistema de Detección de Obras de Arte Robadas), un sistema basado en inteligencia artificial. Esta innovadora herramienta, activa desde 2023, ha sido decisiva para la identificación y recuperación de obras de arte robadas.
La aplicación de la inteligencia artificial en el campo de la recuperación de obras de arte representa un importante paso adelante. Swoods, de hecho, es un programa que utiliza algoritmos avanzados para analizar e identificar obras de arte robadas. De la recogida y análisis de datos se encargó la Unidad de Tráfico de Arte (ATU) de la oficina del fiscal del distrito de Manhattan, Matthew Bogdanos. Gracias a este enfoque tecnológico, las autoridades han conseguido localizar y confiscar numerosas obras de arte robadas, devolviéndolas a sus legítimos propietarios.
El proceso de devolución del tesoro a Italia fue largo y complejo, pero al final se llegó a la decisión más justa y correcta. Este éxito es una señal importante en la lucha contra el tráfico ilícito de bienes culturales. «Cuando se extrae un artefacto de una tumba clandestina, nunca se cataloga», explicó a la CNN el comandante Francesco Gargaro. «Esto significa que, además del objeto en sí, también se roba su contexto histórico. Se priva a los arqueólogos de información valiosa».
Entre las piezas más preciadas del tesoro devuelto se encuentra una estatua de bronce hecha por la tribu de los umbros, conservada en un estado increíblemente bueno. También hay unas cabezas de bronce, fabricadas hace unos 2.400 años, y un suelo de mosaico que representa el mito de Orfeo, que data del siglo III o IV d.C. Estos artefactos no sólo representan un importante valor económico, sino que también son testigos de antiguas culturas y civilizaciones, ofreciendo una visión de la vida y el arte de épocas pasadas.
La importancia de esta recuperación va más allá de la simple devolución física de las obras. Representa una victoria en la protección del patrimonio cultural e histórico, demostrando cómo la colaboración internacional y el uso de tecnologías avanzadas pueden combatir eficazmente el tráfico ilícito de bienes culturales. «Impedir el saqueo en su origen es muy difícil», dijo Bogdanos. «Casi siempre lo hacen personas que conocen muy bien la zona. Sin embargo, en un momento determinado, el comercio llega a los canales de los traficantes de arte. Ahí es donde podemos interceptarlos».
La UAT de Manhattan ha desempeñado un papel crucial en la recuperación de más de mil artefactos procedentes de 27 países diferentes. De ellos, 278 eran de origen italiano, 307 indio, 133 paquistaní, 16 egipcio y 55 griego. Esto demuestra la magnitud del problema del tráfico ilícito de obras de arte y la importancia de un enfoque global y coordinado para combatirlo.
Es un ejemplo tangible de cómo la tecnología, combinada con la cooperación internacional, puede desempeñar un papel fundamental en la protección de nuestro patrimonio cultural. Este acontecimiento es un recordatorio de la necesidad de una vigilancia continua y de esfuerzos concertados para conservar y proteger los tesoros del pasado para las generaciones futuras.