En el gélido Mar Báltico se está desarrollando otro capítulo del desafío geopolítico entre Occidente y Rusia. Un grave incidente con un cable eléctrico y cuatro cables de telecomunicaciones en aguas entre Finlandia y Estonia ha levantado sospechas de sabotaje. Las autoridades de Helsinki se apresuraron a señalar con el dedo una posible operación dirigida contra infraestructuras europeas críticas.
La sospecha se hizo casi cierta después de que la Guardia Costera finlandesa bloqueara un petrolero con bandera de las Islas Cook, que forma parte de la llamada «flota en la sombra» de Rusia. Esta red de petroleros, cuya propiedad es difícil de rastrear, está acusada de eludir las sanciones petroleras occidentales.
El caso: energía y comunicaciones en el punto de mira
La alarma saltó la mañana de Navidad, cuando el cable Estlink 2, que transporta electricidad de Finlandia a Estonia, sufrió una cizalladura. Pocas horas después, otros cuatro cables de telecomunicaciones resultaron dañados, cortando las conexiones entre Finlandia, Estonia y Alemania. A pesar de los daños, el gobierno finlandés pudo asegurar el suministro eléctrico a Tallin con fuentes alternativas, evitando cualquier impacto inmediato en la población.
El petrolero Eagle S, que encalló cerca de la península de Porkkalaniemi, se convirtió en el centro de la investigación. Como no estaba anclado en el momento de la interceptación, se especula que se utilizaron las anclas para cizallar los cables. Las autoridades finlandesas están investigando si los cinco incidentes están relacionados, pero para muchos, la intención de atentar contra infraestructuras europeas críticas está ahora clara. «Responderemos con decisión a cualquier interferencia», declaró el primer ministro finlandés, Petteri Orpo, anunciando una estrecha cooperación con la Unión Europea y la OTAN para hacer frente a las amenazas.
La respuesta europea y de la OTAN
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, junto con el Alto Representante para la Política Exterior, Kaja Kallas, condenaron el ataque, calificando a la «flota en la sombra» rusa de «amenaza para la seguridad europea.» La OTAN, a través del Secretario General Mark Rutte, dijo que estaba dispuesta a intensificar la vigilancia en el Báltico y a aumentar la asistencia a los Estados miembros más vulnerables.
Este incidente se produce pocas semanas después de otro sabotaje en el norte de Europa: en noviembre se cortaron dos cables de telecomunicaciones entre Dinamarca y Suecia, y se sospechó que un barco chino, el Yi Peng 3, era el responsable. Pekín ha negado todas las acusaciones y ha rechazado las peticiones de cooperación de las autoridades suecas.
El papel estratégico del Mar Báltico
El Mar Báltico sigue siendo un centro crucial para la seguridad energética y digital de Europa. Con la expansión de la OTAN en la región y la creciente presión sobre Moscú, el sabotaje se está convirtiendo en una nueva arma en el conflicto híbrido. Atacar los cables submarinos significa interrumpir las comunicaciones, la energía y los datos vitales para gobiernos, empresas y ciudadanos.
Las tensiones no se limitan al Mar Báltico. El contrato para el tránsito de gas ruso a través de Ucrania expira el 31 de diciembre, creando nuevas incertidumbres. Austria, Eslovaquia y Hungría, países clave para la distribución de energía rusa en Europa, corren el riesgo de convertirse en objetivos políticos y estratégicos en un escenario de creciente polarización.
La urgencia de una estrategia común
La vulnerabilidad de las infraestructuras europeas ya no es sólo una cuestión técnica, sino un problema político de importancia estratégica. Los ataques a cables submarinos y la presión sobre los suministros energéticos exigen una respuesta coordinada de los Estados miembros de la UE y la OTAN.
Es necesario invertir en tecnologías de vigilancia, aumentar la presencia naval y aplicar estrategias de diversificación para evitar que un solo ataque aísle regiones enteras. La protección de los cables y redes de energía no es sólo una cuestión de seguridad nacional, sino de estabilidad de todo el continente. Europa y la Alianza Atlántica se enfrentan a un reto sin precedentes: garantizar la seguridad de infraestructuras invisibles pero vitales en un entorno de guerra híbrida cada vez más sofisticado. Si el sabotaje en el Báltico es un atisbo de lo que podría ocurrir a mayor escala, el momento de actuar es ahora.