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El Mito de la Economía Verde: Por qué las políticas de sostenibilidad impulsan la inflación

Medio ambiente - febrero 3, 2025

La idea de una «economía verde» se ha promovido ampliamente como el futuro del desarrollo sostenible, con gobiernos e instituciones internacionales que abogan por transiciones rápidas que abandonen los combustibles fósiles y los métodos de fabricación tradicionales en favor de energías renovables y alternativas respetuosas con el medio ambiente. Aunque estas iniciativas se presentan a menudo como pasos necesarios para combatir el cambio climático, conllevan importantes consecuencias económicas, sobre todo la inflación.

Los costes asociados a las políticas de sostenibilidad se están repercutiendo en los consumidores y las empresas, encareciendo la energía, el transporte, los alimentos y la producción industrial. En lugar de marcar el comienzo de una era de prosperidad, la trayectoria actual de la economía verde está contribuyendo a la inestabilidad económica y al descenso del nivel de vida. Este artículo explora las formas en que las políticas de sostenibilidad están alimentando la inflación y los riesgos que plantean para el crecimiento económico y la estabilidad financiera. Un motor fundamental de la inflación vinculada a la economía verde es la rápida transición hacia el abandono de los combustibles fósiles sin alternativas adecuadas. El impulso a las energías renovables como la eólica y la solar ha provocado el cierre prematuro de centrales nucleares y de carbón, reduciendo el suministro fiable de energía mientras la demanda sigue creciendo. Este desequilibrio ha disparado los costes de la energía en Europa y Norteamérica. Las fuentes de energía renovables son intrínsecamente intermitentes, por lo que requieren energía de reserva procedente de combustibles fósiles o costosas soluciones de almacenamiento de energía. Esto crea volatilidad en los mercados de la electricidad, lo que aumenta los costes para los consumidores y las empresas. Los gobiernos han introducido mecanismos de tarificación del carbono, como impuestos sobre el carbono y regímenes de comercio de derechos de emisión, aumentando aún más la carga financiera de las industrias que dependen de fuentes de energía tradicionales. El coste del cumplimiento de las normativas ecológicas obliga a las empresas a subir los precios, lo que en última instancia alimenta la inflación en la economía en general. Al mismo tiempo, la inversión en infraestructura renovable -aunque fuertemente subvencionada- requiere grandes cantidades de materias primas como el litio, el cobalto y los metales de tierras raras, que han experimentado fuertes subidas de precio debido al aumento de la demanda. Las interrupciones de la cadena de suministro y las dependencias geopolíticas de países como China para estos recursos han exacerbado la inflación de los precios, encareciendo aún más la transición a una economía verde. La creciente demanda de energía verde y materiales sostenibles también ha tenido consecuencias imprevistas en los mercados laborales. Con la transición de las industrias hacia las energías renovables, muchos trabajadores de los sectores energéticos tradicionales -como el carbón, el petróleo y el gas- están siendo desplazados sin alternativas viables. Aunque los gobiernos han prometido programas de reciclaje y creación de empleo en las industrias ecológicas, estas iniciativas a menudo se han quedado cortas, dejando a trabajadores cualificados en paro o forzados a aceptar empleos peor pagados. Este desplazamiento económico no sólo reduce los ingresos de los hogares, sino que también ejerce una presión adicional sobre los programas gubernamentales de bienestar social, exacerbando aún más las presiones inflacionistas en la economía. Además, la presión para cumplir los objetivos de sostenibilidad ha impulsado un aumento de la subcontratación corporativa, ya que las empresas buscan trasladar las operaciones de fabricación de alto coste a países con normativas medioambientales más laxas. Este cambio a menudo da lugar a una paradoja: mientras que las economías desarrolladas imponen estrictos mandatos ESG, apoyan indirectamente a las industrias altamente contaminantes en el extranjero al depender de las importaciones de regiones menos reguladas. La deslocalización de la producción no sólo debilita las capacidades industriales nacionales, sino que también contribuye a que las cadenas de suministro sean largas y frágiles, haciendo que las economías sean más vulnerables a los choques externos y a las fluctuaciones del mercado mundial. El cumplimiento de las normas medioambientales, sociales y de gobernanza (ASG) se ha convertido en una prioridad fundamental para las empresas, impulsado por los mandatos gubernamentales y las presiones de los inversores. Sin embargo, el coste del cumplimiento de los ASG es inmenso.

Las empresas se están viendo obligadas a gastar miles de millones en iniciativas de sostenibilidad, informes detallados sobre emisiones y ajustes operativos para ajustarse a los mandatos ecológicos. Mientras que las grandes empresas pueden tener los recursos financieros para absorber estos costes, las pequeñas y medianas empresas (PYME) a menudo tienen dificultades, lo que lleva a la consolidación de sectores en los que sólo los más grandes pueden permitirse cumplir la normativa. Esta reducción de la competencia permite a las grandes corporaciones fijar precios más altos, contribuyendo aún más a la inflación. Además, los requisitos de financiación verde y los criterios de préstamo basados en ESG han dificultado la obtención de capital por parte de las industrias energéticas y manufactureras tradicionales, lo que ha provocado una disminución del suministro de bienes esenciales. Los bancos y los fondos de inversión que dan prioridad al cumplimiento de los criterios ASG sobre la viabilidad económica están contribuyendo a restringir artificialmente la producción, elevando los costes y limitando las opciones de los consumidores. La transición ecológica ha ejercido una presión extraordinaria sobre las cadenas de suministro, especialmente en sectores como la fabricación de automóviles y la construcción. El impulso de los vehículos eléctricos, por ejemplo, ha aumentado drásticamente la demanda de baterías de iones de litio, tensando las cadenas de suministro y haciendo subir los precios. Del mismo modo, los proyectos de construcción requieren ahora materiales ecológicos, muchos de los cuales son más caros que sus homólogos tradicionales. El impulso de los gobiernos para eliminar gradualmente los vehículos con motor de combustión interna ha obligado a los fabricantes de automóviles a revisar las líneas de producción, lo que ha añadido costes sustanciales a los vehículos. Esta transición también se ha topado con la resistencia de los consumidores, ya que los VE siguen siendo significativamente más caros que los coches de gasolina tradicionales. Con el aumento de los costes de los insumos y menos alternativas asequibles, los costes del transporte se han disparado, exacerbando aún más las presiones inflacionistas. Además, la dependencia de las cadenas de suministro internacionales para las tecnologías verdes ha hecho que las economías occidentales dependan de un pequeño número de países para obtener recursos críticos. China, por ejemplo, domina la producción mundial de paneles solares, elementos de tierras raras y componentes de baterías, lo que le confiere una inmensa influencia sobre el suministro y el precio de estos materiales cruciales. Cualquier inestabilidad geopolítica o restricción comercial en estas cadenas de suministro puede crear repentinas sacudidas de precios, añadiendo más presiones inflacionistas. En un esfuerzo por promover iniciativas ecológicas, los gobiernos han introducido subvenciones para las energías renovables, los vehículos eléctricos y otras tecnologías sostenibles. Aunque estas subvenciones hacen que las alternativas ecológicas sean más atractivas, también crean distorsiones artificiales del mercado, que conducen a una mala asignación del capital y a una producción ineficiente. Al dirigir cantidades masivas de fondos públicos hacia proyectos verdes, los gobiernos están inflando la demanda de industrias específicas mientras ignoran las consecuencias económicas más generales. Las industrias subvencionadas carecen a menudo de eficiencias reales impulsadas por el mercado, lo que provoca costes más elevados a largo plazo. Además, cuando se suprimen o reducen las subvenciones, las industrias que han pasado a depender del apoyo gubernamental se enfrentan a la inestabilidad financiera, creando más turbulencias económicas. Además, las subvenciones a las energías renovables se han concedido a menudo a expensas de las infraestructuras energéticas tradicionales, lo que ha provocado una inversión inadecuada en el mantenimiento y la ampliación de las instalaciones de petróleo, gas y energía nuclear.

La consiguiente disminución de la seguridad energética ha hecho que las redes eléctricas sean más vulnerables a la escasez, las subidas de precios y los problemas de fiabilidad, todo lo cual contribuye a la inflación y la incertidumbre económica. La agricultura es uno de los sectores más afectados por los efectos inflacionistas de las políticas de sostenibilidad. Las normativas ecológicas destinadas a reducir las emisiones de carbono han impuesto fuertes restricciones a las prácticas agrícolas tradicionales, lo que ha provocado un aumento de los costes para los agricultores y, en última instancia, de los precios de los alimentos para los consumidores. Las nuevas normativas medioambientales limitan el uso de fertilizantes, restringen las emisiones de metano del ganado e impulsan las técnicas agrícolas orgánicas o regenerativas. Aunque estos cambios se promueven como beneficiosos para la sostenibilidad a largo plazo, a menudo provocan un menor rendimiento de los cultivos y mayores costes de producción. Unos rendimientos reducidos significan escasez de suministro, lo que hace subir los precios. Además, políticas como los mandatos de biocombustibles, que exigen mezclar etanol con gasolina, han desviado cultivos alimentarios como el maíz y la soja de la producción de alimentos a los mercados de combustibles. Esto infla artificialmente la demanda de estos cultivos, provocando un aumento global de los precios de los alimentos. El cambio hacia dietas basadas en plantas y proteínas alternativas, promovido por muchos defensores de la sostenibilidad, también ha ejercido presión sobre las industrias cárnica y láctea tradicionales. Con el aumento de las normativas y los impuestos sobre el carbono en la producción ganadera, los consumidores están viendo cómo suben los precios de los alimentos básicos, lo que agrava la crisis del coste de la vida en muchas economías desarrolladas. La promesa de una economía verde pretendía crear prosperidad al tiempo que abordaba los problemas climáticos, pero la realidad ha sido mucho más compleja. Las políticas de sostenibilidad -aunque bienintencionadas- están contribuyendo a la inflación a través de costes energéticos más elevados, interrupciones en la cadena de suministro, costosos mandatos de cumplimiento y distorsiones artificiales del mercado. Estas presiones están encareciendo los bienes y servicios esenciales tanto para las empresas como para los consumidores. Si los responsables políticos quieren alcanzar objetivos medioambientales sin perjudicar la estabilidad económica, deben adoptar un enfoque más equilibrado. Esto incluye garantizar que las transiciones energéticas sean graduales y prácticas, invertir en una combinación de fuentes de energía (incluidas la nuclear y el gas natural) y evitar normativas de mano dura que afecten desproporcionadamente a industrias vitales para la estabilidad económica. Además, el fomento de una auténtica innovación impulsada por el mercado -en lugar del cumplimiento forzoso de rígidas normas de sostenibilidad- podría conducir a un camino más eficaz y menos inflacionista hacia un futuro más ecológico. A menos que se aborden estas cuestiones, el mito de la economía verde seguirá deshaciéndose, dejando tras de sí dificultades económicas e inestabilidad.