Los Juegos Olímpicos de 2024 debían ser para Macron y Francia una demostración de sus dotes organizativas y, al mismo tiempo, la prueba de que se pueden organizar grandes acontecimientos con una visión totalmente ecológica.
Ésta era al menos la esperanza de los parisinos.
Desgraciadamente, sin embargo, algo parece haber salido mal.
La ceremonia de apertura ya había suscitado mucha polémica, tanto por la audaz y poco elegante representación de «La Última Cena» pintada por Leonardo Da Vinci con un hombre con barba poblada pero vestido de mujer y una figura mal definida con barba amarilla haciendo los movimientos, como por la falta de protagonismo de los atletas durante todo el evento.
La guinda del pastel fue la mala acogida de las distintas personalidades, como el presidente italiano Mattarella, que se vio obligado a soportar la lluvia sin ni siquiera un paraguas proporcionado por la organización.
(Por supuesto, Macron estaba serenamente seco en la única zona cubierta de las gradas).
Vale, reconozcamos la inauguración, la lluvia imprevista (aunque en París llueve muy a menudo), la búsqueda de la originalidad y subrayemos también la belleza de algunos momentos vistos en televisión.
Pero… entonces llegó el caso del Sena.
Porque era precisamente en el río parisino donde estaban programadas algunas de las competiciones de natación, en particular las de cross y triatlón, pero surgió un pequeño problema nada desdeñable: se descubrió que el Sena estaba contaminado y que sus aguas no eran aptas para la natación.
Una vergüenza para París, dado que desde 2016 se han invertido 1.400 millones de euros para hacer que el Sena y el Marne sean aptos para el baño, mejorar las plantas de tratamiento de aguas residuales, conectar barcazas a la red de alcantarillado y recoger residuos plásticos.
Además, en el marco del «proyecto Sena» se construyó una cuenca de contención y limpieza de las aguas, que costó por sí sola más de 90 millones de euros.
La prohibición de bañarse en el río de la capital francesa se instituyó en 1923.
Más de un siglo después, el 17 de julio de 2024, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, saltó al río, asegurando a los atletas y al público que las aguas eran seguras para bañarse.
Un mes después, unos días de lluvia bastaron para que París y el Sena retrocedieran en el tiempo.
Pero a pesar de ello, a pesar del aplazamiento de las carreras, todo pareció ser una alarma momentánea, hasta el punto de que los atletas pudieron finalmente descender al río.
¿El resultado?
Malos juicios y mucho mal rollo.
Pero las carreras se celebrarán.
¿Eso es todo?
En realidad no.
Ni siquiera la villa olímpica ha estado exenta de críticas, y una de ellas se refiere a la tan publicitada sostenibilidad: no hay aire acondicionado.
Ahora bien, está muy bien tener conciencia ecológica, y en París hace menos calor que en el sur de Europa, pero quizá se podría haber tenido en cuenta que para los atletas que participan en competiciones que son, como mínimo, agotadoras, el sueño es un elemento fundamental para la recuperación de su estado físico, y no sólo eso.
Obligarles a dormir en un ambiente caluroso, además, a todas luces, en camas pequeñas y nada cómodas, será sostenible para el medio ambiente, pero no para ellos.
Icónica es la foto del nadador italiano Ceccon, que duerme sobre el césped en busca de algún refrigerio.
Incluso desde el punto de vista de la comida, aunque Francia tiene una gran y tradicional cultura gastronómica, no faltaron las críticas. La calidad de la comida no pareció excelente a los atletas, e incluso en este caso fue la sostenibilidad la que cobró protagonismo en detrimento de las dietas equilibradas: el 60% de las comidas no contenían verduras ni carne.
Incluso una de las estrellas de los Juegos, el nadador británico Adam Peaty, 6 veces medallista olímpico y medalla de plata en París, denunció las condiciones de la comida, señalando incluso la presencia de gusanos.
En resumen, lo que se suponía que iba a ser un éxito resultó ser un boomerang, para disgusto de quienes querían demostrar que «se pueden celebrar acontecimientos sostenibles».
Por supuesto que esto es cierto, pero hay límites, y uno de ellos es, por ejemplo, la libertad de elegir con qué alimentarse.
De momento eso sigue siendo inviolable.
O al menos lo era. FeMo
Los Juegos Olímpicos de París entre esperanzas y fracasos organizativos
Cultura - agosto 12, 2024