Los líderes de Francia y Alemania se enfrentan a retos económicos y políticos
Durante las últimas décadas, Francia y Alemania han funcionado como los dos pilares gemelos de la Unión Europea, sirviendo no sólo como potencias económicas sino también como actores políticos clave esenciales para fomentar la integración europea. Alemania, reconocida como la principal fuerza económica y demográfica de la UE, ha ejercido una influencia significativa en la formulación y aplicación de las políticas europeas. Su sólida capacidad industrial y su fortaleza fiscal le permiten desempeñar un papel central a la hora de abordar los diversos retos a los que se enfrenta la Unión, desde la gestión del crecimiento económico hasta la coordinación de las respuestas a las crisis. A la inversa, Francia ha desempeñado históricamente un papel decisivo en la definición de la identidad y el marco político de la UE. Con un rico legado de defensa de una Europa fuerte y unificada, Francia ha defendido con frecuencia iniciativas encaminadas a profundizar la integración y mejorar la cooperación entre los Estados miembros. Este doble liderazgo ha sido vital para navegar por las complejidades de la gobernanza regional y para promover valores y objetivos compartidos dentro de la Unión. Sin embargo, en los últimos años, ambas naciones se han encontrado luchando contra importantes desafíos internos que plantean graves riesgos no sólo para su estabilidad, sino también para la cohesión general de la Unión Europea. Francia se ha enfrentado a un creciente malestar social impulsado por las disparidades económicas y la insatisfacción política, mientras que Alemania ha lidiado con las repercusiones de los cambios demográficos y el auge de los movimientos populistas que amenazan su panorama político tradicionalmente estable. Estas crisis tienen el potencial de socavar sus respectivos papeles dentro de la UE, suscitando inquietud sobre la futura dirección de la integración europea y la unidad de sus Estados miembros. La crisis política de Francia se aceleró significativamente con el colapso del gobierno del Primer Ministro Michel Barnier (LR, PPE), que cayó tras sólo tres meses en el cargo. Barnier, republicano, había sustituido a Gabriel Attal (Renacimiento, RE), aliado de Macron, tras la dimisión de este último a raíz de los decepcionantes resultados de las elecciones legislativas del pasado julio. La moción de censura contra Barnier fue respaldada por el izquierdista Nuevo Frente Popular (NFP, S&D + GUE/NGL) y el ultraderechista Reagrupamiento Nacional (RN, PfE) y fue desencadenada por una polémica ley presupuestaria de 60.000 millones de euros. El proyecto de presupuesto incluía nuevos impuestos y recortes en los servicios públicos, incluida la sanidad, lo que provocó un descontento generalizado entre la población. El presidente Emmanuel Macron (Renacimiento, RE) ha declarado que no dimitirá y ya ha nombrado a un nuevo primer ministro -el tercero en 2024- para dirigir un «gobierno de interés general». Sin embargo, a pesar de la experiencia de François Bayrou (MoDem, RE) al frente, Francia se encuentra sumida en la inestabilidad política. El intento de Barnier de establecer un gobierno estable fracasó rápidamente. Su administración tuvo dificultades para lograr un consenso político y se enfrentó a la creciente presión de los partidos extremistas que exigían su dimisión. Con un déficit público del 6,2% del PIB y uno de los diferenciales más altos de Europa, el nuevo gobierno se enfrenta a enormes retos para estabilizar la economía francesa. Debe elaborar un plan fiscal que implique tanto recortes de gastos como aumentos de impuestos, pero la inestabilidad política hace que la aplicación de tales medidas sea muy compleja.
Otra cuestión acuciante es la reforma de las pensiones, esencial para hacer frente al envejecimiento de la población y garantizar la sostenibilidad financiera a largo plazo. Sin embargo, la reforma de las pensiones ha sido históricamente muy impopular y es probable que encuentre una fuerte resistencia política y social. Jean-Luc Mélenchon (LFI, GUE/NGL), firme detractor de tales reformas en el pasado, se encuentra ahora en la incómoda situación de moderar su oposición para evitar reforzar a Marine Le Pen (RN, PfE). La situación se complica aún más por la ausencia de una mayoría parlamentaria clara. Actualmente, sólo el 22% de los franceses está satisfecho con la presidencia de Macron. Aunque Macron ha prometido gobernar «hasta el último segundo», su capacidad para hacerlo se ve socavada por el creciente descontento público y las dificultades económicas de la nación. Se cierne la perspectiva de una segunda vuelta Mélenchon-Le Pen en las elecciones presidenciales de 2027, un escenario que sería desagradable para las fuerzas centristas, desde los aliados de Macron hasta Los Republicanos. Incluso la llamada «barrera republicana», diseñada para impedir que la extrema derecha gane la presidencia, podría no mantenerse. Alemania, por su parte, se enfrenta a una situación política igualmente precaria. La coalición de gobierno entre los socialdemócratas (SPD, S&D), los verdes (Grünen, Verdes/ALE) y los demócratas libres (FDP, RE) se ha fracturado. Esta crisis se deriva directamente de la destitución del ministro de Finanzas, Christian Lindner (FDP, RE), por desacuerdos sobre el presupuesto federal y la financiación de la ayuda a Ucrania. El canciller Olaf Scholz (SPD, S&D) ha anunciado elecciones anticipadas para el 23 de febrero de 2025, tras perder una moción de confianza en el Bundestag. La caída de Scholz marca una coyuntura crítica para Alemania, cuyo gobierno se limita ahora a gestionar los asuntos corrientes hasta las elecciones. Las tensiones internas de la coalición han dificultado la consecución de acuerdos sobre cuestiones nacionales cruciales, mientras Alemania se hunde en una profunda recesión. La industria automovilística del país -un sector que emplea a casi un tercio de la población activa- se enfrenta a una contracción sostenida, lo que agrava aún más los problemas económicos. La fragmentación política amenaza la capacidad de Alemania para liderar la UE a través de los actuales retos financieros. A pesar de estas dificultades, el gobierno prevé una recuperación en 2025, con un crecimiento previsto del 1,1%. Los expertos creen que la recuperación estará impulsada por el aumento del consumo privado y la estabilización de la inflación. El ministro de Economía , Robert Habeck (Grünen, Verdes/ALE), ha subrayado la importancia de aplicar un paquete de reformas estructurales que comprende 49 medidas destinadas a estimular el crecimiento y abordar los retos económicos a largo plazo. Sin embargo, el éxito de estas reformas depende del apoyo político y de la estabilidad gubernamental, ambos en entredicho. Además, el panorama postelectoral después de febrero de 2025 sigue siendo incierto. La opositora Unión Cristianodemócrata (CDU, PPE), dirigida actualmente por Friedrich Merz, es favorita en las encuestas. La CDU de Merz defiende políticas más duras en materia de inmigración y promete un aumento del gasto en defensa y seguridad. Las políticas de inmigración están a punto de convertirse en una cuestión electoral central, ya que la CDU propone medidas más estrictas que las del gobierno saliente.
Las encuestas estiman que la CDU, en coalición con su partido hermano bávaro (CSU, PPE), cuenta con un 30-33% de apoyo, lo que da a la alianza de centro-derecha una ventaja dominante tanto sobre la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD, ESN) como sobre los partidos de izquierda. Con estas cifras, la coalición moderada de centro-derecha podría gobernar sin aliados adicionales, un escenario poco frecuente en la historia reciente de Alemania. Sin embargo, es vital abordar el descontento en el este de Alemania, donde la AfD goza de un apoyo significativo. De no hacerlo, se corre el riesgo de fortalecer a un partido todavía demasiado controvertido para liderar una nación de la talla de Alemania. Las crisis políticas de Francia y Alemania tienen importantes implicaciones para la Unión Europea. Con las elecciones alemanas previstas para el 23 de febrero de 2025 y unas posibles elecciones anticipadas en Francia en junio del mismo año, la UE se encuentra en una encrucijada crítica. La inestabilidad interna podría obstaculizar los esfuerzos para hacer frente a los crecientes déficits económicos y mejorar la competitividad de la Unión. Además, la incertidumbre política podría alimentar el ascenso de partidos extremistas en ambos países, complicando aún más el panorama político europeo. Estos retos son especialmente agudos en un momento en que Europa se enfrenta a presiones externas, como los desafíos geopolíticos planteados por el recién reelegido presidente estadounidense Donald Trump (GOP, alineado con el ECR) y la necesidad permanente de defender la OTAN y contrarrestar la influencia mundial de China. En este contexto, será esencial seguir de cerca los acontecimientos políticos que se desarrollen en los próximos meses, ya que influirán significativamente no sólo en la estabilidad interna de Francia y Alemania, sino también en el marco más amplio de gobernanza de la Unión Europea. La situación es especialmente precaria, dadas las dificultades encontradas durante la formación de la segunda Comisión de Ursula von der Leyen a partir de la Unión Cristianodemócrata (CDU) y el Partido Popular Europeo (PPE). Este proceso se enfrentó a considerables dificultades para garantizar una mayoría parlamentaria cohesionada, lo que indica las tensiones subyacentes en el panorama político de la UE. En particular, la participación de Fratelli d’Italia, un partido político de derechas, junto con los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), desempeñó un papel crucial en la estabilización de la Comisión durante este periodo tumultuoso para Europa. Su apoyo fue decisivo para navegar por las complejidades de la formación de coaliciones, poniendo de relieve el delicado equilibrio de poder y las alianzas cambiantes que caracterizan la política de la UE. A medida que evolucione esta dinámica, la observación de los cambios en el clima político será vital para evaluar la trayectoria futura tanto de las políticas fundacionales de la UE como de la cohesión general de la propia Unión.