Hace un mes que terminó la Presidencia española del Consejo de la UE. La tumultuosa presidencia se vio empañada por unas imprevistas elecciones anticipadas y unas vergonzosas negociaciones con los separatistas catalanes.
El semestre de presidencia rotatoria de Pedro Sánchez ha dejado pocos resultados tangibles para el proyecto europeo. Lo que sí dejó fue una línea propagandística de ataque contra los conservadores europeos que está marcando la pauta del debate político no sólo en España, sino en otros Estados miembros.
A mediados de diciembre, el Parlamento Europeo fue testigo de tensas escenas durante el debate parlamentario en el que Sánchez, en teoría, debía presentar ante los eurodiputados los logros de la Presidencia española. Sin embargo, Sánchez optó por regañar a los conservadores europeos y enfrentarse al presidente del PPE, Manfred Weber, rompiendo con el papel institucional neutral, consensuado y constructor de puentes de la Presidencia del Consejo.
A pesar de la búsqueda de consenso que debe caracterizar a la Presidencia del Consejo, durante el debate Sánchez empleó la misma retórica divisoria y polarizadora que utiliza en España, demonizando a sus oponentes políticos y presentando su ideología como la única moral superior.
Sánchez se refería a los esfuerzos de Weber por tender puentes con el grupo conservador ECR con la vista puesta en las elecciones al Parlamento Europeo de 2024, buscando nuevas alianzas para encontrar una coalición de gobierno alternativa a la tradicional coalición entre el PPE, liberales y socialistas en el Parlamento Europeo. Por supuesto, el presidente Sánchez tiene un problema con las posturas de los llamados partidos de «extrema derecha» sobre la defensa de la soberanía nacional, la oposición a la inmigración masiva o la defensa del sector primario y la industria europeos. Sánchez, sin embargo, ha demostrado una y otra vez que no tiene ningún reparo moral en polarizar a las sociedades y pactar con partidos comunistas y separatistas para mantenerse en el poder.
Su decisión de apuntar a Weber con un lenguaje tan poco parlamentario fue muy premeditada, por dos razones fundamentales: la primera, lo que Weber representa para Sánchez, y la segunda, el contexto electoral. En cuanto al primero, Weber ha sido muy crítico con el giro autoritario de España bajo el Gobierno de Sánchez. Durante el debate parlamentario, ha destacado que la UE está «preocupada» y «haciendo serias preguntas» sobre el acuerdo entre Sánchez y Junts por el que se concedió la amnistía a los líderes del fallido golpe de Estado de 2017 a cambio de que Sánchez se mantuviera en el poder.
El segundo motivo de la hostilidad de Sánchez fueron las inminentes elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarán en junio de 2024. Esencialmente, al pasar a la ofensiva contra el bloque conservador, Sánchez ha buscado cerrar filas en el lado socialista. Los socialistas europeos han pasado por un mal momento, con escándalos como el Qatargate, encuestas desfavorables y sólo en el control de unos pocos gobiernos destacados de Estados miembros (España y Alemania). Por tanto, la retórica de Sánchez pretendía que los socialistas se atrincheraran y lanzaran una ofensiva en modo campaña contra el bloque conservador, aunque esta acción vulnerara el papel institucional de Sánchez durante el cierre de la Presidencia española.