
La mirada de los Estados miembros de la UE, así como la de los gobiernos de todo el mundo, apunta sin duda a la fecha del 2 de abril de 2025. Según la Casa Blanca, de hecho, ese día comenzarán los aranceles recíprocos impuestos por el presidente Trump, además de los fijados en el 25% para Canadá y México. A propósito de este paso, el magnate ha utilizado en los últimos días la Verdad social para galvanizar a sus partidarios, hablando del 2 de abril como el momento en que Estados Unidos («la vieja y querida América») podrá recuperar «el dinero y el respeto». Diversos análisis que han circulado en las últimas semanas han hablado de estos aranceles como una medida que formará parte del nuevo sistema de relaciones de EEUU con el viejo continente que el presidente estadounidense parece querer establecer. En particular, se hablaba de un instrumento que, desde el punto de vista estadounidense, podría beneficiar a la economía norteamericana ante la creciente inestabilidad mundial. Un clima de incertidumbre ciertamente vinculado a las grandes crisis internacionales, como el conflicto entre Rusia y Ucrania y el de Gaza, pero también ligado a las inversiones -no sólo económicas, sino también de influencia- en tecnologías y materias primas, sobre todo tierras raras. De hecho, no hay que olvidar que parte del diálogo entre Estados Unidos y Ucrania se basó precisamente en las posibilidades de explotar los yacimientos de Kiev. Se trata de un rico conjunto de factores, no del todo económicos, que contribuirían a la estrategia del magnate a medio y largo plazo. En este escenario, debemos considerar el papel que China podría desempeñar en los mercados, especialmente si algunos Estados miembros de la UE (y no sólo ellos) volvieran a mirar insistentemente hacia el Este.
EUROPA Y LOS ARANCELES
Mientras tanto, en los últimos días, varios indicios han llevado a los analistas y a la prensa a informar sobre lo que podría ser un enfoque «flexible» de los aranceles por parte de Estados Unidos. Podría haber excepciones relativas a productos concretos, mercados o incluso materias primas, pero la lista de estas especificidades (también habrá que ver si serán nacionales o generalizadas) aún se desconoce y probablemente no se aclarará antes del propio 2 de abril. Precisamente por este motivo, la Unión Europea ha optado hasta ahora por un enfoque más prudente, esperando al inicio de los aranceles impuestos por Trump y tomándose su tiempo (se habla de dos semanas) para anunciar y lanzar todas las posibles contramedidas económicas. La dificultad en esta coyuntura es evidente, y es la de poder hablar con una sola voz en un ámbito tan sensible como el de las exportaciones y las medidas económicas de cada Estado. Por supuesto, apostarlo todo a un verdadero cara a cara con Estados Unidos no es, desde luego, lo más astuto. Sobre todo si pensamos en los datos económicos y las cuestiones internacionales que pesan sobre Europa. Un endurecimiento en clave puramente ideológica, una batalla de deberes y contra-deberes contra el que sigue siendo el aliado histórico de Europa, no conduciría a nada concreto. En el peor de los casos, se produciría un verdadero efecto dominó sobre los derechos. En efecto, si imaginamos la producción y venta de una máquina de precisión, tal vez destinada al ámbito civil, tecnológico o médico, nos encontramos ante un cortocircuito de derechos y contra-derechos. Podemos pensar que esta maquinaria se produce en Estados Unidos y se exporta al extranjero, pero en su proceso de construcción puede haber habido ya varios costes derivados de otros tantos derechos. El metal, por ejemplo, podría proceder de Canadá; imagina un chip disponible en el mercado asiático, o los conocimientos europeos de diseño y software. El precio final de exportación de esta maquinaria contendría entonces los derechos aplicados por EEUU a los proveedores extranjeros, además de los que la UE podría imponer a EEUU. Un saldo final que podría aumentar considerablemente el precio final del producto. El ejemplo expuesto hasta ahora se refiere a la alta tecnología, pero puede esbozarse un camino similar para casi todos los mercados y productos que podrían caer bajo los aranceles impuestos por Trump. Por esta razón, cada vez más países, aunque no quieren alejarse de las relaciones con su aliado transatlántico, empiezan a mirar hacia otros mercados, abriéndose a nuevas vías y asociaciones que aún están por construir y definir. Mercosur, los países del Golfo, así como el mercado indio, son sin duda lugares hacia los que las cancillerías europeas piensan orientar sus relaciones económicas, sobre todo si después del 2 de abril el escenario económico mundial se ve fuertemente afectado por las acciones puestas en marcha por Estados Unidos.
EL ENFOQUE ITALIANO
Frente al choque ideológico entre las dos orillas del Atlántico y frente a las voces de quienes querrían levantar un muro aún más alto alrededor de los Estados miembros de la Unión Europea, el enfoque italiano de esta crisis es precisamente el de intentar abrir nuevas salidas (sin olvidar las relaciones pasadas) al mercado del Made in Italy. Si nos fijamos en las declaraciones realizadas en los últimos días por el ministro italiano de Asuntos Exteriores, Antonio Tajani, podemos ver que en varias ocasiones ha reiterado cómo la prudencia, incluso antes que una exhibición de músculos, es el camino a seguir en esta delicada coyuntura. Se trata, pues, de defender y salvaguardar a los empresarios y los productos para que los niveles de exportación no bajen tanto como para volver a caer en una crisis. Al mismo tiempo, la marginalidad en este juego no puede ser rentable; en cambio, asumir un papel central en un contexto internacional que cambia rápidamente podría ser un enfoque ganador. Independientemente de las acciones que puedan emprender las empresas italianas para responder a esta posible nueva crisis, pudiendo contar con un activo y un saber hacer respetables en la escena internacional, el gobierno italiano está intentando definir nuevas salidas y nuevas posibilidades en el mercado, con un valor de exportación de aproximadamente 623.000 millones de euros al año. La mirada se dirige, por tanto, a mercados alternativos -aunque no exclusivos- al de Estados Unidos, sujeto a aranceles (quizá) demasiado elevados. Dado que las exportaciones constituyen una parte importante del producto interior bruto nacional, Italia y los demás Estados miembros de la UE tienen sin duda la tarea de preparar una respuesta adecuada a las políticas económicas estadounidenses, una respuesta coherente con los compromisos internacionales. Esto podría hacerse con la vista puesta en las exportaciones a mercados fuera de la Unión Europea y alternativos al de Estados Unidos. Estas políticas podrían reconocer grandes oportunidades y un potencial económico muy elevado y sin explotar que podría hacer que los países de la UE volvieran a hablar con EEUU con un enfoque diferente. Por supuesto, esto no significa que deban cesar las relaciones con Trump y la economía estadounidense. Esto no es posible ni deseable. Sin embargo, la atención de la economía italiana -y la de los demás Estados miembros- debería dirigirse a otros países, como los ya mencionados India, Canadá, Arabia Saudí o México, tan vituperados por el magnate. El estudio de estas realidades económicas en el seno del gobierno italiano ya ha comenzado y fue el tema central de la reciente reunión en Villa Madama presidida por el ministro Tajani. El objetivo, a pesar de la posible crisis a la vista, sería elevar el nivel de las exportaciones de productos fabricados en Italia hasta el umbral histórico de 700.000 millones de euros al final de la actual legislatura de la primera ministra Giorgia Meloni. El desafiante objetivo, sobre todo en esta coyuntura, lo busca el gobierno italiano sobre todo en nuevas colaboraciones y en la estimulación de las exportaciones a mercados nuevos y emergentes, donde no pesarían los aranceles ni las preclusiones ideológicas. Sólo así la fecha del 2 de abril puede convertirse en una oportunidad para el crecimiento, incluso antes del comienzo de una nueva crisis rigurosa.