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Releyendo a Willmoore Kendall

Ensayos - octubre 11, 2022

Willmoore Kendall ha sido calificado como «el teórico político más importante que ha surgido en los veintitantos años transcurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial».[1] Independientemente de que comparta ese privilegio con otras figuras conservadoras como Russell Kirk o Mel Bradford, merece la pena recordar las enseñanzas que nos dejó cinco décadas después de su muerte.

En contraste con Russell Kirk y Clinton Rossiter, el Dr. Kendall destaca el compromiso de los conservadores con la ley natural. Recordemos que, según Santo Tomás de Aquino, la ley natural es la participación de la criatura racional en la ley eterna, mediante la cual Dios diseña y dirige a todas sus criaturas para que avancen hacia su propia perfección.

Nuestro autor equipara a los conservadores con los tradicionalistas en una sociedad determinada: Los conservadores son los portadores de los principios de los padres, con los que se puede contar para resistir no el cambio como tal, sino el cambio en una dirección contraria o prohibida por los principios de los padres.

Por lo tanto, según el Dr. Kendall, el cambio o la modificación de los principios sí puede producirse para un tradicionalista o un conservador, aunque esto debe hacerse (i) por consentimiento general, (ii) en estricta conformidad con los procedimientos establecidos por los fundadores originales, y (iii) en una dirección que no sea contraria o esté prohibida por esos principios originales.

Este tercer elemento es muy importante, ya que la tradición, tal y como la abrazan los conservadores como el profesor Kendall, requiere en última instancia algo más que las condiciones de procedimiento para el cambio o el desarrollo; existe también un requisito material que exige una alineación del resultado del cambio con el estado de cosas anterior a dicho cambio o modificación. Podríamos añadir que esto opone la tradición a la revolución, el desarrollo orgánico a los experimentos de laboratorio, el lento progreso a la ingeniería social.

El Dr. Kendall acepta el consenso constitucional, a través del cual el pueblo expresa su identidad y su sentido de la historia. Pero, una vez más, eso no es suficiente para un conservador; también exigirá que el contenido acordado a través de ese consenso constitucional se corresponda básicamente con el patrimonio o herencia intelectual de ese mismo pueblo.

Ese patrimonio intelectual incluye, en primer lugar, reconocer que Dios es soberano tanto de las naciones como de los individuos que pertenecen a ellas. Esta primera característica choca con el jacobinismo que se impuso en 1789 y su heredero, el laicismo, tal como lo conocemos hoy.

El profesor Kendall añade que el consenso constitucional no sólo debe reconocer a Dios, a los seres humanos y a las naciones, sino también a las comunidades intermedias, como las familias o las asociaciones, que el Estado no puede dejar de reconocer. Además, la democracia no es un objetivo en sí mismo, sino que tiene valor como medio para alcanzar la justicia.

La regla de la mayoría aporta estabilidad, pero también es necesario el respeto ético. No basta con la mayoría absoluta. El Dr. Kendall está de acuerdo con la cita de Anatole France: «Una tontería repetida por treinta y seis millones de bocas no deja de ser una tontería». Las mayorías no pueden oponerse a la realidad; el profesor Kendall utiliza dos ejemplos para ponerse del lado de Anatole France en este punto: una mayoría nunca derogará la ley o la gravitación, ni reducirá π de 3,14.

A continuación, critica a John Locke por sostener el mismo principio de que un individuo tiene la obligación de someterse a la determinación de la mayoría, y de ser concluido por ella. Al igual que Platón, Kendall insiste en que debemos tener clara la ética antes de intentar tomar una decisión política.

En particular, en el diálogo Crito de Platón, parece claro para el profesor Kendall que no todos los ciudadanos están obligados a obedecer a todos los Estados, pero que, dado un tipo de Estado en el que se siguen las normas mencionadas, existe por parte de los ciudadanos una obligación clarísima de obedecer.

[1] Willmoore Kendall Contra Mundum, editado por Nellie D. Kendall, New Rochelle, 1971, p. 9. El resumen del pensamiento de Willmoore Kendall que se presenta en este artículo está tomado de esa misma fuente.

Fuente de la imagen: Universidad de Dallas.

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