Comenzaré este artículo afirmando que no creo que nadie que esté mínimamente familiarizado con la historia israelí y la forma de enfrentarse a los ataques contra su propio pueblo pueda tener la más mínima duda de que lo que está por venir en los próximos días y meses no será más que una guerra total que muy probablemente terminará con la extinción de Hamás y quizá de otras organizaciones terroristas lo bastante descuidadas como para interferir en la seguridad israelí. En apoyo de este argumento, traigo a colación los acontecimientos de la masacre de los Juegos Olímpicos de Múnich, también conocida como la «Masacre de Múnich», un trágico suceso ocurrido durante los Juegos Olímpicos de Verano de 1972 en Múnich, Alemania Occidental.
El 5 de septiembre de 1972, un grupo terrorista palestino llamado Septiembre Negro, asociado a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), tomó como rehenes a 11 miembros del equipo olímpico israelí en la Villa Olímpica. Los terroristas exigían la liberación de los presos palestinos recluidos en cárceles israelíes y amenazaban con matar a los rehenes si no se satisfacían sus demandas. En el transcurso de las 20 horas siguientes, el mundo contempló horrorizado cómo un intento fallido de rescate por parte de las autoridades alemanas se saldaba con la muerte de los 11 atletas y entrenadores israelíes. La tragedia conmocionó a la comunidad olímpica y al mundo entero, marcando un sombrío punto de inflexión en la historia del deporte internacional, donde la santidad de los Juegos Olímpicos fue brutalmente violada por la violencia política.
Tras la masacre de Múnich, Israel quedó profundamente traumatizado y enfurecido. El gobierno israelí, dirigido por la entonces primera ministra Golda Meir, estaba decidido a llevar a los autores ante la justicia. En respuesta al ataque, Israel lanzó una operación encubierta llamada «Operación Ira de Dios». La misión tenía como objetivo localizar y eliminar a los responsables de la masacre de Múnich, centrándose en figuras clave de la organización Septiembre Negro. La campaña se extendió más allá de los autores inmediatos, ya que Israel pretendía enviar un mensaje claro de que los actos de terrorismo contra sus ciudadanos no quedarían impunes. La respuesta israelí, aunque controvertida y suscitadora de debates sobre la ética de los asesinatos selectivos, demostró hasta qué punto estaba dispuesta a llegar una nación para garantizar la seguridad de sus ciudadanos.
Hace poco más de 50 años, el mundo entero vio hasta dónde puede llegar la reacción de las autoridades israelíes tras la muerte de casi una docena de los suyos en un país extranjero. Ahora, detengámonos un momento e imaginemos hasta dónde llegará la reacción de Israel después de que 1.300 de los suyos, incluidos ancianos, mujeres y niños, hayan sido asesinados en suelo nacional, en sus hogares, en las calles, en el más sagrado de los días judíos, el Sabbat.
El viernes13 de octubre, las Fuerzas de Defensa israelíes ya habían enviado una orden de evacuación del norte de la franja de Gaza a más de un millón de palestinos. Lo más probable es que esto sea un precursor de lo que será la invasión israelí de la porción de territorio en disputa, una invasión que tendrá como único propósito la eliminación del más mínimo rastro de actividad de Hamás y la garantía de que un suceso tan horrible como el del sábado pasado no volverá a repetirse.
La tragedia que se está desencadenando causará con toda probabilidad un inmenso sufrimiento a los más de 2 millones de palestinos que viven en la superpoblada franja de tierra, que no tienen dónde huir ni esconderse y se ven apretados palmo a palmo entre el fanatismo de Hamás y la respuesta israelí. Como en todas las guerras, los inocentes son los que más sufren. Como en todas las guerras, la violencia sembrará más violencia. Como hemos visto en los últimos años, los beneficios de los avances tecnológicos, la iluminación de la mente humana con un acceso casi ilimitado al conocimiento aún no nos ha enseñado que matar sólo dará lugar a más muertes en el futuro.
La brutal reacción israelí que seguramente se producirá a continuación, por muy justificada que esté, no consolará ni a una sola alma.