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Venezuela: ¿Habrá Guerra Civil?

Política - agosto 12, 2024

Al gobierno italiano y a la primera ministra Giorgia Meloni les pido lo siguiente: que nos apoyen en el proceso que estamos llevando a cabo para que se respete la soberanía y Venezuela pueda, por fin, estar en paz».
Éste es el llamamiento hecho por Williams Dávila, político venezolano y miembro de la Asamblea Nacional de Venezuela por el partido Acción Democrática, a la primera ministra Giorgia Meloni a través de Adnkronos.
En el país sudamericano, mientras tanto, las protestas y polémicas no han remitido tras el resultado de las últimas elecciones.
La oposición en Venezuela sigue impugnando enérgicamente la victoria proclamada por Nicolás Maduro en las recientes elecciones presidenciales, y lo hace basándose en las actas levantadas en los colegios electorales que, según los informes, arrojan datos completamente distintos a los declarados por Maduro y los suyos.
Mientras tanto, al menos 24 personas han muerto en la represión de las protestas callejeras tras las elecciones.
Es una situación explosiva, por no decir otra cosa, que sin duda no acabará con un «apretón de manos» y que está llevando a Venezuela hacia un aislamiento, si cabe aún mayor que el actual.
Que Maduro era más un dictador que un presidente de un Estado democrático era evidente desde hacía tiempo.
Un país en el que se perseguía a los opositores, en el que las protestas acababan en sangre a manos de los soldados presidenciales, y en el que la pobreza y la delincuencia han alcanzado niveles insoportables.
Una situación denunciada desde hace años tanto por gran parte de la comunidad internacional como por el partido opositor Acción Democrática.
Las imágenes de miles y miles de venezolanos que huyeron a países vecinos volviendo a casa para votar a Edmundo González Urrutia, el candidato opositor de Maduro, han dado la vuelta al mundo.
Por desgracia, parece que todo esto no fue suficiente para garantizar que las elecciones tuvieran el resultado deseado, o más bien que se celebraran de forma transparente.
Y mientras la batalla se libra en las redes sociales y en los periódicos, mientras la comunidad internacional alza la voz, los venezolanos se preparan para una manifestación antichavista que vería por primera vez a la derecha venezolana anti-Maduro unirse con la izquierda venezolana anti-Maduro.
Una manifestación que desgraciadamente parece ser el prólogo de una guerra civil.
Porque una cosa parece segura: Maduro no cederá y el ejército, que le flanquea y a veces le supera si tenemos en cuenta que nueve ministros del gobierno forman parte del ejército, está dispuesto a garantizar que el statu quo no se tambalee.
Y, desde luego, ni siquiera los llamamientos de Lula, de la ex premier argentina Cristina Kirchner, a quien el propio Maduro apoyó política y financieramente, y del presidente colombiano, a quien también apoyó en su momento el presidente venezolano, serán suficientes.
Maduro no quiere ni puede dejar la dirección de Venezuela; si lo hiciera, le sería casi imposible escapar de la cárcel durante mucho tiempo debido a la lista de delitos de los que puede ser acusado en su patria y a las investigaciones de la agencia antidroga estadounidense.
Y él, como otros en el pasado, rechaza cualquier apertura haciendo eje con su aliada Cuba, que parece comandar los servicios de seguridad venezolanos desde hace años.
Y por eso intenta por todos los medios legitimar su victoria clamando conspiración internacional, el habitual golpe de Estado, evidentemente de «extrema derecha». en la que involucra a varios magnates, desde Elon Musk a Jeff Bezos, en una retórica trillada, útil para desencadenar la guerra contra la disidencia El método es siempre el del comunismo de estilo soviético: la denuncia.
Se ha pedido a todos los militantes que denuncien los nombres y apellidos de conocidos que participen en manifestaciones de la oposición y difundan críticas al régimen en Internet.
En resumen, una película que ya hemos visto, que desgraciadamente no se proyecta en una sala de cine, sino que tiene lugar en un país real, un país que muy probablemente verá correr en breve la sangre de sus habitantes.