El sector agrícola español está inmerso en una guerra contra Alemania, la llamada «guerra de la fresa». Alemania, autoproclamada policía de Europa, ha declarado la guerra al sector fresero español radicado en la provincia andaluza de Huelva. Huelva produce exportaciones de fresa por valor de unos 580 millones de euros, siendo Alemania el principal destino de las exportaciones. Sin embargo, la ecocruzada alemana no es ninguna sorpresa. Lo chocante de todo este asunto es que la voz más alta en esta cruzada contra los productores españoles de fresas ha sido el propio Gobierno de España, formado por populistas, socialistas y comunistas.
El telón de fondo es el intenso año electoral que vive España, donde se celebran elecciones locales, autonómicas y generales en 2023. En el contexto de las graves sequías sin precedentes que sufre España y que han afectado duramente al sector primario, la Junta de Andalucía presentó en abril una ley para regularizar el riego «ilegal» de unas 1.000 hectáreas de cultivos con aguas subterráneas procedentes del humedal protegido del Parque Nacional de Doñana. Sin embargo, aunque los productores en apuros la acogieron con satisfacción, la medida fue criticada por los ecologistas y los políticos nacionales y europeos.
Aparte de los ecologistas con su habitual miopía y desprecio por las preocupaciones del sector primario, la Comisión Europea se ha mostrado dispuesta a llevar a España a los tribunales por no respetar una sentencia del TJUE de 2021 sobre la protección de Doñana, alegando que España incumple las Directivas de protección de aguas y hábitats naturales. Pero lo más perverso es que el Gobierno español se haya puesto del lado de este bando y no del de sus propios productores agrícolas. El presidente Sánchez ha hecho declaraciones demagógicas como «El negacionismo arruina nuestro medio ambiente y corre el riesgo de arruinar las economías locales. Salvemos Doñana», mientras que la vicepresidenta del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha afirmado que «Juanma Moreno [President of Andalucía] debe retirar inmediatamente la ley de regadíos que amenaza Doñana». También se han hecho eco de estas acusaciones los secuaces de Sánchez en el grupo del partido S&D en el Parlamento Europeo.
Lo que ha hecho el Gobierno es ahorcar a los productores agrarios de Andalucía, literalmente, como medio para abrir un frente contra el exitoso presidente regional de centroderecha que, desde que ganó en 2018, ha dado un vuelco al destino de Andalucía, en permanente declive tras décadas de gobiernos socialistas ininterrumpidos. Poco ha ofrecido el Gobierno para atender las legítimas preocupaciones de los productores agrícolas de la provincia de Huelva. Esta provincia produce el 98% de las fresas españolas y el 30% de las de la UE, siendo la mayor región productora de Europa, y el sector emplea directamente a más de 100.000 trabajadores.
En este contexto se desarrolla la «guerra de la fresa». La asociación alemana de consumidores «Campact» (vinculada al partido gobernante SPD) lanzó en mayo una petición instando a los principales supermercados alemanes a boicotear lo que denominan peyorativamente «fresas de sequía» procedentes de Huelva. La petición, firmada hasta ahora por más de 160.000 alemanes, acusa a los productores de llevar a cabo un «robo ilegal de agua» peligroso para el medio ambiente. Además, la campaña alemana ha interferido de forma asombrosa e inaceptable en la política partidista española al afirmar que «el robo de agua estará oficialmente permitido» con la previsible victoria de la derecha en las próximas elecciones generales de julio.
Las injerencias alemanas estallaron la semana pasada, cuando el Parlamento alemán envió a España una delegación de nueve legisladores de la comisión de Medio Ambiente para evaluar la sostenibilidad de la producción de fresas, justificando su legítima preocupación por la sostenibilidad. Como señaló acertadamente Santiago Abascal, líder del partido nacional conservador español VOX (ECR), se trata de un caso inaceptable de «injerencia» y un «atentado contra la soberanía española y el campo español». Abascal denunció a los «lobbies verdes alemanes» por promover este boicot y subrayó que sólo beneficia a terceros países como Marruecos, que pueden producir fresas y otros productos agrícolas sin controles ni regulaciones similares. Aparte de Marruecos, todo este calvario coincide con el inicio de la temporada alemana de cosecha de fresas, probablemente ninguna coincidencia.
Naturalmente, estos boicots y campañas negativas de ataques incesantes han suscitado fuertes críticas y el rechazo de la oposición del partido conservador PP, de la Junta de Andalucía y de los productores agrícolas. La asociación profesional sectorial Interfresa ha tachado la campaña de desprestigio de «insidiosa y perjudicial» para el sector y ha rechazado las acusaciones por «falsas», defendiendo que la fresa onubense se produce siguiendo los «más estrictos protocolos internacionales en materia de gestión responsable del agua». Interfresa ha pedido «responsabilidad» a las autoridades para que «actúen con prudencia y en aras del interés general». Finalmente, la delegación de legisladores alemanes canceló su «visita» debido a la reacción social que generó, y reconocieron lo inapropiado de la misma dada la «importancia política» de este tema en el contexto de las elecciones.
Sin embargo, lo más preocupante es el apoyo explícito que el Gobierno español ha prestado a los ataques y al boicot alemanes, en detrimento de sus propios productores. Aparte del mencionado tuit del primer ministro Sánchez, la ministra de Transición Ecológica, Ribera, también tuiteó una inaceptable declaración que daba crédito a este grotesco boicot, argumentando que había que retirar la ley de riego para evitar «la alarma entre los consumidores alemanes». Esta vil campaña del Gobierno español contra sus propios productores no debería sorprender, porque si algo caracteriza la filosofía de gobierno del presidente Sánchez (‘sanchismo‘ como se le tacha en España), es que sacrificará cualquier sector productivo, institución independiente del Estado, o incluso a sus propios compañeros de partido, en aras de su poder. Además, el Gobierno socialista-comunista en funciones ha sido extremadamente populista y hostil con la industria agroalimentaria española, especialmente cuando podía ganar puntos políticos en el proceso.
El portavoz del PP, Borja Semper, ha acusado al primer ministro Sánchez de querer destruir el sector fresero onubense y de apoyar indirectamente el boicot alemán, asegurando que «lo menos que puede hacer es defender a nuestros agricultores». El presidente andaluz, Moreno, ha reprochado a Sánchez su «demagogia», así como los efectos nocivos de su campaña de desprestigio para la subsistencia de los productores andaluces en lo que a exportaciones se refiere. Moreno afirmó que Sánchez estaba poniendo en riesgo «el pan de miles de familias». Asimismo, la consejera de Agricultura de la Junta de Andalucía ha acusado a Sánchez de «intentar politizar» el viaje de la delegación alemana para utilizarlo como «arma electoral» a base de «mentiras vertidas contra nuestros productores agrarios».
En última instancia, esta situación no se detendrá a menos que España elija en las urnas en julio un gobierno conservador fuerte, que defienda los intereses de los productores españoles por encima de todo. Además, a escala europea, también es esencial dar voz a los intereses agrícolas, que por el momento sólo están representados por partidos conservadores que no se tragan los dogmas ideológicos verdes de moda. A las élites políticas de Bruselas les gusta hablar de autonomía estratégica y soberanía alimentaria, pero lo que no tienen en cuenta es que esos objetivos sensatos requieren políticas que fomenten la producción agrícola nacional, en lugar de someter a los productores a ataques populistas y burocracia reguladora como ocurre en España.