En un artículo anterior, el Conservador Europeo presentó a sus lectores el pensamiento de este gran filósofo político estadounidense. Dediquemos de nuevo unas líneas al genio de Oklahoma.
Al analizar la libertad de expresión, recuerda que la doctrina contemporánea relativa a ese concepto implica que en una buena sociedad (progresista, por supuesto) todas las cuestiones deben tratarse como cuestiones abiertas – el lector podría remitirse a «Willmoore Kendall Contra Mundum» para una explicación más amplia de la afirmación de nuestro autor.
Detecta finamente un primer problema: ¿qué pasa con la cuestión de si todas las preguntas son preguntas abiertas? ¿Debería ser esa también una cuestión abierta, o sólo hay una excepción en la doctrina progresista contemporánea para merecer la calidad de buena al tratar la libertad de expresión? De la obligación de tratar todas las cuestiones como abiertas surge una clara contradicción.
Por otra parte, tratar todas las cuestiones como abiertas equivale a la inexistencia de ortodoxia alguna, ya sea religiosa, política, social o económica.
Al menos, equivale a obligar a todos en esa sociedad a actuar en su función pública como si no hubiera ortodoxia.
En consecuencia, los ciudadanos de una sociedad así son libres de cuestionar cualquier verdad; de hecho, cualquier supuesta verdad, ya que no hay verdad, o al menos no hay verdad pública en ese tipo de sociedad. La verdad no sería más que una opinión recibida.
Por ejemplo, los ciudadanos serían libres de rebatir que la familia debe ser protegida; o que la propiedad es un derecho natural; o que blasfemar debe ser castigado; o que es en interés de la comunidad salvaguardar las fronteras.
Más aún, ninguna autoridad debería defender la protección de la familia, la calidad de la propiedad como derecho natural, el necesario castigo de la blasfemia o la salvaguarda de las fronteras, pues ello menoscabaría el derecho de los ciudadanos a impugnar tales instituciones.
En 1960, Kendall anticipó el término «diversidad», como una extensión deseada (no por él, sino por los autodenominados progresistas) de diferentes opiniones, valoraciones, Weltanschauungen o puntos de vista sobre una amplia variedad de asuntos.
Y no sólo debe haber en esas buenas sociedades progresistas y abiertas una gran variedad de asuntos en los que reine la diversidad y la consiguiente falta de acuerdo; sino que también los numerosos puntos de vista deben, a su vez, estar representados en el foro del debate público. Lo contrario se consideraría pobre, poco interesante, no democrático y represivo.
Se condena así el acuerdo universal, como se condena la ortodoxia pública. Quizá pueda haber un acuerdo universal en asuntos triviales, como el lado de la carretera por el que conducimos. Pero más allá de eso, significaría que la espontaneidad humana está a punto de morir. Mientras que la espontaneidad humana provoca el conflicto, otro elemento muy querido por los progresistas y sus representantes más valientes, los marxistas.
El conflicto es la forma marxista, y progresista, de descubrir la verdad. Dos puntos de vista opuestos son mejores que uno solo, independientemente de la calidad de este último, e independientemente de que se llegue a un acuerdo para evitar el conflicto, siendo dicho acuerdo bastante indeseable; tres puntos de vista opuestos serían mejores que dos, y así sucesivamente.
De hecho, nadie debería quedar excluido de este conflicto, búsqueda y contienda, por ridículas que sean sus pretensiones. ¿Incorrecto? Nadie está equivocado, nada está mal, porque nada está bien, quizá sólo tentativamente bien. Todo depende de la existencia -y el vigor- de opiniones opuestas. Tal vez algunos espectadores consideren que algo está mal; pero esa es una consideración meramente subjetiva, incapaz de calificar a nadie ni a nada de malo.
Además, la verdad nunca se alcanza; siempre es un proceso continuo, posibilitado por el desarrollo dinámico del conflicto. No importa si se alcanzan innumerables verdades, en todos los aspectos de la vida, resultados que no requieren mayor desarrollo: la proporción de un diámetro al círculo, la inmortalidad del alma, las leyes formales de la lógica, la velocidad de rotación de la tierra, etc.
Kendall compara este proceso permanentemente en curso y conflictivo en una sociedad progresista y abierta con un imperialismo en expansión, «siempre descontento con sus conquistas hasta la fecha». Lo que hoy se considera provisionalmente correcto, mañana se tirará a la papelera, para que el imperialista progresista en expansión pueda proseguir con su desarrollo del conflicto.
Naturalmente, esto equivale a una libertad de pensamiento absoluta, no compartida por el erudito conservador. Pero esa libertad absoluta de pensamiento considera que la lógica conservadora es una interferencia en el absolutismo de su reivindicación de la buena sociedad abierta y progresista.