Europa no puede ignorar el peso y la influencia positiva de Giorgia Meloni sobre Donald Trump. Si quiere entablar un diálogo fructífero con Estados Unidos y su presidente, tendrá que apoyarse en la premier italiana. Las palabras del magnate no pasaron desapercibidas ni siquiera en Bruselas. Ese «me gusta mucho Meloni» pronunciado por El Donald no se presta a ninguna interpretación. Cuatro palabras en una sola frase que subrayan cómo aprecia el 47º inquilino de la Casa Blanca la política, el ingenio y la determinación del primer ministro italiano. Ursula Von Der Leyen recibió el mensaje de Washington. Para suavizar algunas de las posiciones de Trump, tendrá que comprometer a Meloni y al gobierno italiano. Entre las espinosas cuestiones inherentes a las relaciones económicas, políticas y comerciales entre el Viejo Continente y la administración de la estrella, los posibles aranceles comerciales ocupan un lugar destacado. El presidente estadounidense, sin ambages, lo reiteró incluso durante su toma de posesión.
Los posibles impuestos prometidos por Trump asustan a los 27 países de la Unión. Durante su primera salida pública -aunque conectada a distancia-, el magnate subrayó su amor por Europa ante los representantes de las naciones asistentes al Foro Económico Mundial de Davos. Al mismo tiempo, señaló con el dedo a la Unión, quejándose de un trato injusto y desventajoso. Su America First implica aranceles e impuestos más bajos, de hasta el 15% para quienes decidan ir a producir a Estados Unidos. En el frente europeo, sin embargo, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, es consciente de que Trump no miente. El Comisario de Economía de la UE, Valdis Dombrovskis, mostró sus músculos en Davos, declarando que Europa está preparada para responder a EEUU. El tira y afloja, sin embargo, no beneficiaría a nadie. Al contrario, podría tensar aún más las economías de algunos Estados. En primer lugar, Alemania. Berlín es el país europeo con mayor superávit comercial con Estados Unidos. Según datos de la Oficina del Censo de EEUU recopilados por el Instituto de Estudios de Política Internacional, Alemania ha mantenido una balanza comercial de 80.000 millones en los últimos tres años. Olaf Scholz y su gobierno ya tienen problemas. El próximo 23 de febrero, cuando los alemanes están llamados a renovar el Bundestag, socialdemócratas, verdes y liberaldemócratas podrían sufrir una derrota de proporciones colosales. Para agravarlo, tenemos las amenazas de Trump. Si se hicieran efectivas, los aranceles comerciales podrían ejercer una presión aún mayor sobre la mayor economía de Europa, ya marcada por la recesión y unas perspectivas poco estelares. Se ha advertido a Berlín e incluso a Dublín (Irlanda es el segundo país de la Unión con mayor superávit comercial con Estados Unidos). Pero es toda Europa la que teme aumentos de costes de entre el 10 y el 20 por ciento para los bienes importados del extranjero y la consiguiente desaceleración económica. Alemania, incluso, corre el riesgo de ver evaporarse en un instante el 1 por ciento de su PIB. Por tanto, hacer que la Casa Blanca sea más blanda con Europa se convierte en una prerrogativa. El Palacio Berlaymont tendrá que recurrir a Italia y a la influencia política de Giorgia Meloni para jugar de igual a igual con Estados Unidos, o al menos para conseguir algunos de sus objetivos.
Es bien sabido que Ursula Von der Leyen, en nombre de los 27 países de la UE, querría mitigar la intimidación de Donald Trump proponiendo una mayor compra de gas natural licuado estadounidense para satisfacer las necesidades europeas. Mientras tanto, las compras vuelven a funcionar como en la época de la crisis energética desencadenada por la invasión rusa de Ucrania. Mantener el precio de compra en cifras aceptables se convierte en una prerrogativa de la UE. Sólo en este primer mes del año, por ejemplo, los envíos desde Estados Unidos están a punto de alcanzar cifras récord. Entre las razones, además de un duro invierno en el norte de Europa, está el hecho de que el Viejo Continente tiene que sustituir los suministros rusos de Gazprom, que se han reducido a cero desde el 1 de enero tras la decisión de Kiev de dejar expirar el contrato de tránsito por suelo ucraniano. Según algunos rumores, la estimación de gas natural licuado importado de Estados Unidos es de unos 6,7 millones de toneladas. Se trata de un volumen importante, dado que una vez regasificado equivaldría a 15.000 millones de metros cúbicos, lo mismo que Rusia garantizó a Europa. El otro asunto en el que las relaciones entre Washington y Bruselas podrían tensarse aún más está relacionado con el gasto militar en defensa de la OTAN. A Trump le gustaría que los aliados gastaran entre el 3% y el 5% del PIB: cifras considerables que obligarían a los países europeos incluso a duplicar su gasto. También en este frente se necesitarán argumentos sólidos y las palabras adecuadas para mediar con la Casa Blanca. Con semejante panorama, lleno de incertidumbres y cuestiones centrales que abordar en el eje Bruselas-Washington, Europa tendrá que apoyarse en Italia. La primera ministra Giorgia Meloni, por el momento, parece ser la única primera ministra europea que puede presumir de una relación de igual a igual con Donald Trump.