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Estrategia irlandesa contra el desperdicio de alimentos

Salud - marzo 11, 2025

Los costes económicos y medioambientales asociados al desperdicio de alimentos han resurgido como un tema clave en Irlanda tras la última encuesta encargada por Too Good To Go antes del Día Nacional contra el Desperdicio de Alimentos. Este renovado interés ha suscitado un amplio debate sobre las implicaciones económicas y de sostenibilidad del desperdicio de alimentos, llamando la atención sobre su impacto en los hogares, las empresas y el medio ambiente.

Esta campaña está dirigida por la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Irlanda (EPA) y tendrá lugar del 1 al 7 de marzo de 2025. La importancia de esta iniciativa se ve subrayada por nuevas estimaciones que indican que, por término medio, el desperdicio de alimentos cuesta a los hogares irlandeses entre 501 y 1.000 euros anuales. Estas cifras ponen de relieve la considerable carga financiera que el desperdicio de alimentos supone para las familias, sobre todo en la actual coyuntura económica, en la que la preocupación por el coste de la vida sigue estando en el primer plano del discurso público.

Esta presión financiera persiste a pesar de que, como revela la encuesta Too Good To Go, el 73% de los adultos irlandeses reconocen que el desperdicio de alimentos es una merma de ingresos que puede mitigarse con medidas adecuadas. Los altos niveles de concienciación sugieren que el reto no reside en el reconocimiento, sino en traducir el conocimiento en un cambio de comportamiento.

Además, a pesar de casi dos décadas de esfuerzos políticos concertados para hacer frente al desperdicio de alimentos, el problema sigue siendo una preocupación acuciante. Desde 2006, Irlanda ha desarrollado y promovido activamente una serie de estrategias políticas sustanciales destinadas a minimizar el desperdicio de alimentos tanto a nivel doméstico como nacional.

La primera Estrategia Nacional sobre Residuos Biodegradables del país, lanzada en 2006, esbozaba un enfoque integrado de gestión de residuos centrado en la prevención, el reciclaje y el tratamiento biológico. Esta estrategia pretendía alcanzar estos objetivos mediante una política de desvío de residuos alimentarios de los vertederos, con el objetivo de reducir los niveles de residuos alimentarios al 35% de los niveles de 1995 para 2016. Esta iniciativa formaba parte de los esfuerzos más amplios de Irlanda por alinearse con los objetivos exigidos por la Directiva de Vertederos de la UE, y reflejaba un compromiso temprano con las prácticas sostenibles de gestión de residuos.

Un componente clave de la Estrategia Nacional sobre Residuos Biodegradables fue la promoción de la recogida selectiva de biorresiduos, como los residuos de alimentos y de jardinería. Esta política se vio reforzada por normativas como el Reglamento de Residuos Alimentarios y el despliegue de contenedores marrones en hogares y empresas, que facilitan la segregación y el reciclaje de residuos orgánicos. Estos esfuerzos se complementaron con el compromiso de ampliar significativamente las iniciativas de compostaje doméstico y las instalaciones de digestión anaerobia a escala industrial, mejorando así las tasas de reciclaje y reduciendo la dependencia de los vertederos.

Esta estrategia fue seguida en 2009 por la introducción en Irlanda de la Normativa sobre Residuos Domésticos de Alimentos, conocida formalmente como Normativa sobre Gestión de Residuos (Residuos de Alimentos) de 2009. Estas normativas fueron significativas, ya que introdujeron requisitos legales para que todos los locales comerciales (por ejemplo, restaurantes y empresas alimentarias) segregaran los residuos alimentarios y garantizaran su reciclaje en lugar de su eliminación en vertederos.

Sin embargo, la normativa no fue bien acogida por todos. Los críticos argumentaron que la introducción de cargas de cumplimiento adicionales afectaba desproporcionadamente a las pequeñas empresas, como cafeterías y establecimientos de comida para llevar, que a menudo carecían de espacio, personal o recursos económicos para gestionar contenedores y recogidas adicionales. La normativa también supuso un aumento de los costes operativos, lo que dificultó el cumplimiento a las pequeñas empresas.

Además, preocupaba la falta de uniformidad en la aplicación de la normativa entre las distintas autoridades locales irlandesas, que eran las responsables de las inspecciones y la supervisión. Esta falta de uniformidad dio lugar a críticas por el hecho de que algunas empresas se enfrentaban a sanciones más estrictas, mientras que otras operaban con escaso escrutinio normativo, lo que socavaba la eficacia y la equidad de la normativa.

Estas críticas se acentuaron tras la introducción a escala de la UE del Reglamento 38 de las Comunidades Europeas (Directiva sobre residuos) de 2011, que reforzó las obligaciones de las empresas de cumplir planes medioambientales complejos a pesar de la falta generalizada de conocimientos profesionales en materia de planificación de la gestión de residuos.

En 2014, la EPA irlandesa perfeccionó su planteamiento con el lanzamiento de la primera Campaña Stop al Desperdicio de Alimentos, que pretendía cambiar los comportamientos de los consumidores, al tiempo que proporcionaba herramientas prácticas como programas educativos y orientación para el compostaje. Esto supuso un cambio hacia una estrategia más centrada en el compromiso, que pretendía capacitar a las personas para que tomaran medidas proactivas para reducir el desperdicio de alimentos.

En 2017, la introducción de la Carta sobre el Desperdicio de Alimentos en el Foro sobre el Desperdicio de Alimentos amplió aún más estos esfuerzos. A diferencia de las normativas estrictamente obligatorias, la Carta permitía a las organizaciones comprometerse voluntariamente a medir, informar y reducir el desperdicio de alimentos en toda la cadena de suministro de Irlanda.

Para 2020, Irlanda había introducido un Plan de Acción sobre Residuos para una Economía Circular, en el que se esbozaba una amplia hoja de ruta nacional para la prevención de los residuos alimentarios. Este Plan hacía hincapié en que la prevención de los residuos alimentarios era un pilar clave que se ajustaba a los objetivos de sostenibilidad de la UE y la ONU. Exponía varias razones por las que el desperdicio de alimentos era una preocupación mundial, entre ellas

  • Se desperdician muchos recursos incorporados, como tierra, agua, fertilizantes, combustibles utilizados en el cultivo, la cosecha, la transformación, el envasado, el transporte y el almacenamiento de alimentos.
  • Existe un dilema ético cuando el despilfarro de alimentos coexiste con la pobreza alimentaria.
  • Los alimentos desechados y sus envases requieren una segregación, recogida y procesamiento adecuados, lo que consume recursos adicionales.
  • La eliminación de residuos alimentarios en vertederos libera metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono.
  • La supervisión reglamentaria de la producción de alimentos y la eliminación de residuos alimentarios impone costes al erario público.

En 2021, la prevención de los residuos alimentarios se incorporó formalmente al Plan de Acción Climática de Irlanda. Esto reforzó el vínculo entre la reducción de los residuos alimentarios y los objetivos de emisión de gases de efecto invernadero, integrando aún más las consideraciones medioambientales y económicas en la política nacional.

Sin embargo, los objetivos del Plan de Acción Climática reavivaron la preocupación por las cargas normativas que pesan sobre las empresas. Muchos miembros de la cadena de suministro alimentario tenían la impresión de que se les imponía una mayor obligación de separar, medir y notificar los residuos alimentarios sin el apoyo infraestructural adecuado. Esto era especialmente problemático en las zonas rurales, donde las instalaciones de gestión de residuos y la logística de transporte estaban menos desarrolladas, lo que hacía que el cumplimiento fuera más costoso y complejo.

En respuesta, la EPA irlandesa destacó que el sector de la hostelería era responsable del 23% de las 770.000 toneladas anuales de residuos alimentarios del país. Esta justificación se utilizó para defender medidas punitivas contra las empresas que no cumplían los esfuerzos de reducción de residuos, argumentando que era necesaria una acción inmediata para frenar los altos niveles de residuos alimentarios generados por el sector.

También surgió la preocupación por los costes de transporte, y las empresas señalaron que el precio del transporte de los residuos alimentarios a las instalaciones de reciclado o tratamiento se encarece a medida que sube el precio del combustible. Este problema afecta desproporcionadamente a las empresas rurales, que dependen de servicios de recogida de residuos a larga distancia, lo que dificulta aún más el cumplimiento de la normativa.

El 30 de noviembre de 2022, Irlanda lanzó la Hoja de Ruta Nacional para la Prevención del Desperdicio de Alimentos 2023-2025. La Hoja de Ruta esbozaba varios objetivos clave, entre ellos:

  • Establecer una base de referencia nacional para los esfuerzos de reducción de los residuos alimentarios.
  • Establecer hitos intermedios para lograr una reducción del 50% de los residuos alimentarios para 2030.
  • Garantizar unos sistemas nacionales sólidos de medición y notificación de los residuos alimentarios.
  • Mejorar los esfuerzos de segregación, donación y redistribución de los residuos alimentarios.
  • Promover la investigación, la innovación y la contratación pública ecológica en la prevención de residuos alimentarios.

Se espera que la próxima iteración legal de la Hoja de Ruta se introduzca tras la adopción de la Estrategia de Economía Circular de Irlanda, consolidando aún más el compromiso del país con los objetivos de sostenibilidad a largo plazo.

Los recientes comentarios del anterior Ministro de Medio Ambiente de Irlanda también han hecho hincapié en el proceso en curso a nivel de la UE en relación con los objetivos de reducción de residuos alimentarios legalmente vinculantes propuestos para los Estados miembros para 2030. Se ha informado al Parlamento irlandés de que el resultado de este proceso desempeñará un papel importante en la configuración de las futuras estrategias y marcos normativos de Irlanda en materia de prevención de residuos alimentarios.

Mientras Irlanda sigue perfeccionando su planteamiento, el reto sigue consistiendo en equilibrar la aplicación efectiva de las políticas con la viabilidad económica de las empresas, garantizando que los esfuerzos de reducción de los residuos alimentarios no supongan una carga desproporcionada para las empresas más pequeñas, al tiempo que se consiguen beneficios medioambientales significativos.